diumenge, 21 de desembre del 2014

CRÓNICA DE UN PIRENAICO

4 DE AGOSTO. PRIMERA ETAPA: Urzainki - Formigal


Por fin llega la hora. Son las 9 de la mañana i salimos del consistorio de Urzainki, pequeña villa del Valle de Roncal. Biktor Andueza, el comandante de la expedición, nos acaba de explicar todo lo que necesitamos saber sobre los días de ciclismo que tenemos por delante. Nos ha hablado sobre las inciertas previsiones del tiempo, sobre la actitud responsable, respetuosa y solidaria que debemos tener encima de la bicicleta durante las largas etapas que nos esperan y, sobre todo, de la esperanza de que nuestra participación en la Pirenaica 2014 sea lo más satisfactoria posible. Fuera, los participantes recogen su bicicleta y le echan el último vistazo; estiran la musculatura, charlan y esconden debajo del casco y las gafas la timidez inherente a la primera etapa.
Fotografia de grupo a la salida del puebo y enseguida comenzamos la ruta. Los primeros metros son suaves, cuesta abajo en ligera pendiente. El característico sonido de las calas ajustándose a los pedales abre lo que será una relación obligada entre desconocidos. Sí, desconocidos que en poco tiempo serán compañeros solidarios de escalada, unidos por una razón común: el amor a la bicicleta y a la montaña. Se confirma la lluvia, la cual descarga en la cara norte de los Pirineos, de manera que no podemos hacer la etapa prevista por la organización. Inicialmente, teníamos que ascender Piedra San Martín, Marie Blanc i Portalet por la cara francesa, para acabar la etapa en Formigal. Con la intención de evitar el peligro intrínseco del agua i los posibles accidentes, se decide que accederemos a esta población por la vertiente sur, atravesando Navarra en dirección a Aragón, donde parece asegurado el sol. Estamos avisados de que esta alternativa no está exenta de dificultad, ya que excederemos los 2000 metros de desnivel acumulado positivo y tendremos que superar seis dificultades de montaña. En resumen, una etapa rompepiernas, formada por puertos desconocidos en el panorama internacional, pero que hemos de afrontar con precaución por la dureza de algunos tramos y ascensos. En la memoria me queda el Puerto de Matamachos, que hace honor a su nombre por su dureza y verticalidad, además de las historia que nos cuentan sobre los machos sacrificados por los barrancos tiempo atrás.
Si os soy honesto, reconozco que no vengo con demasiada confianza en mis posibilidades. Razones de tipo emocional y personal hacen que los ánimos estén tocados; y este es un deporte donde la disposición mental es indispensable, así que no estoy seguro de cómo reponderé. He entrenado mucho, con un metodismo inusual en mi, ya que acostumbro a ir siempre por libre y no hago demasiado caso de las teorías de entrenamiento. Pero tengo tendencia al pensamiento científico y eso me lleva a poner en práctica las diversas opciones que he tenido la oportunidad de aprender en diversas lecturas sobre rendimiento deportivo. Si la primera vez que participé en la Pirenaica, allá por el 2012, mi preparación se basó principalmente en el volumen, es decir, en la acumulación de quilómetros, ahora he cambiado la perspectiva para entrenar en base al desnivel y la frecuencia de las salidas. En las comarcas meridionales del País Valenciano disfrutamos de desniveles de todo tipo y de múltiples posibilidades para acumular ascensos. Mi fiolosofía durante estos últimos dos meses fue aprendida en los libros de Chema Arguedas, com Alimenta tus pedaladas, donde afirma que "corres como entrenas". Pues bien, no he hecho otra cosa que emular los Pirineos y sus desniveles a través de las comarcas de L'Alcoià, El Comtat, La Safor, La Vall d'Albaida i Las Marinas Alta i Baixa. Cada salida el último mes de entrenamiento ha estado alrededor de los 2000 metros de desnivel positivo, para así acostumbrar mi organismo a la consecución de puertos de montaña que, en todo caso, excederá esta cifra... dia tras día, jornada tras jornada. Me pregunto si estoy sobreentrenado y con fatiga acumulada. ¿Estoy, en cambio, en un pico de forma? ¿Estoy en la condición óptima para este reto tan duro? ¿Estoy pasado de vueltas? Son las preguntas que me hago durante los primero quilómetros de ruta... I no encuentro la respuesta.
El orgnismo es inteligente y sé que será él quien me dé la respuesta a lo largo de estos días. Ahora no lo puedo saber. También sé que tendré momentos malos, regulares y sobresalientes, como en cualquier marcha, como cualquier sábado con la grupeta. Me lo tomo con filosofía y no pienso más en una eventual crisis o pájara. Estoy aconstumbrado a escuchar el cuerpo y sus señales. De momento todo va bien, ningún problema, si acaso las pulsaciones un poco altas a causa de los nervios; nada más. Pongo en funcionamiento el piloto automático, empiezo a rodar sincronizado con el grupo de unos treinta ciclistas, escondido, insertado en esta especie de bandada de pájaros, buscando la armonía con los movimientos sinuosos de esta carretera. Sólo quiero ser uno más, pasar desapercibido y dejarme llevar. Es ahora cuando fluyen con total naturalidad los químicos del placer producidos en mi cerebro a medida que vamos consumiendo las distancias y el ejercicio físico elimina toda tensión muscular o pensamiento negativo. Dejo atrás, finalmente, las inseguridades de este humano limitado, de este ciclista que no conoce muy bien dónde están sus límites y que es consciente de que esta semana es la oportunidad perfecta para buscarlos, para flirtear con el más allá, más allá que nunca, más arriba que nunca y más duro que nunca.
Después de superar las primeras dos ascensiones, hacemos un descanso para avituallarnos. La organización prepara la mesa con toda clase de alimentos: fruta, agua, vino, frutos secos, cereales, fiambre, pan, pasta, tomate, etc. Es el momento para el descanso, la conversación, la alimentación y la hidratación. Ciertamente recuperador, además de servir para reagrupar a todos, ya que hay ciclistas de todos los niveles y cada uno escala a su ritmo. En cuanto a los descensos, los hacemos agrupados, sin correr riesgos, de la misma manera que avanzamos en los tramos de transición, con un organizador delante y otro cerrando el grupo. Sólo las escaladas son a libre velocidad, siendo ahí donde se marcan las evidentes diferencias entre los pros, los corredores estandar y aquellos más mayores o más débiles.
En el segundo trazado de doble puerto tengo la oportunidad de hablar con tres viejos conocidos de la Pirenaica de hace dos años, Abel y Javier del País Vasco y el otro Javier, de Madrid. Entre otras cosas, comparamos la etapa que estamos haciendo con la que había programada. Comentamos que no deja de ser un buen reto deportivo este trazado alternativo, sino que además se le puede atragantar a más de uno, a causa de hacer seis puertos, en lugar de las tres escaladas por la cara norte. Claramente, los puertos franceses son de más entidad, pero a mi, personalmente, me parece más difícil de gestionar estas seis dificultades navarro-aragonesas por la irregularidad constante del trazado. Es un constante sube y baja. La opción francesa trata de tres ascensiones, donde parece más senzillo regular el esfuerzo: tres intensas escaladas, frente a seis subidas menores y rompepiernas. Lo que estamos haciendo, curiosamente, y comparado con el entrenamiento de los últimos dos meses en el norte de Alicante, me resulta más familiar. Saltar los valles de Roncal, Ansó, Hecho, El Aragón y Tena me transporta a las continuas subidas y bajadas a través de los valles de Zeta, Ebo, Alcalà, Travadell i Gallinera, entre otros, en las comarcas próximas a mi casa.
Hacemos una última parada en cuanto llegamos a la carretera que sube a Formigal. Se trata de una parada técnica para reagruparnos antes de hacer esta ascensión, que tendríamos que hacer todos juntos, en principio. A estas alturas de la etapa ya nos hemos avituallado de sólido dos veces. Ahora dejaremos la ropa en las furgonetas y rellenaremos los bidones para afrontar la última subida. Subiremos hasta la presa por la carretera nacional, de manera que habrá coches. Atención, máxima precaución. Tengo claro que no voy a pasarlo demasiado bien, porque este tramo está muy concurrido y presenta tráfico denso. Paciencia y para arriba. Pronto, la mayor parte del pelotón sigue sin mi. Me descuelgo. No disfruto del ciclismo... para nada. Carretera ancha, el tráfico, el humo. Entiendo que no tenemos otra forma de llegar, pero esto queda muy lejos del placer de la bicicleta por la montaña, con el aire puro. Aquí, en cambio, ruido e incomodidad, además de una inevitable sensación de inseguridad. Sensaciones negativas que me ayudan a escalar por este asfalto. Me quedo atrás, muy atrás. Veo como poco a poco, sigue el grupo principal bien compacto y a buen ritmo. Por otra parte, tampoco acabo de entender qué prisa tiene y por qué han imprimido un ritmo así. Quedan muchas jornadas de ciclismo y no deberíamos gastarlo todo hoy. Veo como detrás de mi hay algunos que también se lo toman con filosofía y que no tienen ninguna prisa. Acabo emparejado con Javier, un hombre de unos cincuenta años, delgado, de carácter afable y conversación natural. Deduzco que va justo, ya que aunque inicialmente vamos al mismo ritmo, por momentos se descuelga. Solidaridad -me digo. Recuerda, correr con los demás, no contra ellos. Lo espero, bajo el ritmo, nos emparejamos y busco la manera de ir juntos hasta el embalse de lanuza, donde podremos desviarnos. Un poco de conversación ayuda a asimilar lo que dice ser un puerto, pero que para mi es una simple subida, sin más atractivo que ese. Ascendemos por el valle de Tena, presidido y alienado con el río Gállego y llegamos al desvío de un túnel por la derecha de la vía principal. Los ciclista debemos acceder al otro lado por la carretera vieja, vestigio de lo que fue el acceso a Francia décadas atrás. Seguimos juntos, ya hemos pasado el túnel.
El paisaje empieza a gustarme. Allá, ya más próxima, la gran montaña granítica de Anayet, enorme peña que corona una fabulosa visión de Formigal. Esta elvación separa la república gala de la monarquía hispana. Va cerrándose el valle, se estrecha la calzada y por tin llegamos a la altura de la presa de Lanuza, que anuncia la proximidad de la estación de esquí de Formigal. Llegamos al puente y nos paramos. Estoy contento por la regulación de esfuerzo que hemos puesto en práctica Javier y yo, consciente de que llegamos a este punto en buenas condiciones; creo que de haber seguido el ritmo de los de delante, habríamos reventado, como es el caso de un participante navarro, quien reconoce no estar bien preparado y haber recibido de manera fulminante al tío del mazo. Lleva tiempo en la furgo y espera recuperar bien para mañana. Eso mismo le deseo yo, mientras intercambiamos impresiones. Conozco las desagradables sensaciones que sufre el ciclista cuando tiene que reconozcer que no puede más, a pesar de la voluntad de seguir.

Corta parada para volver a hacer piña. Rebeca, ciclista de Vitoria-Gasteiz que participa en este periplo acompañada por su marido Óscar, me dice que soy buena rueda. Si digo la verdad, recuerdo haberla tenido detrás en algunos tramos de subida, especialmente en los primeros puertos. Deduzco que reniega de haber subido hasta aquí a un ritmo tan fuerte y que habría querido regular más. Me siento alagado. Mientras subo de nuevo a la bicicleta, miro el paisaje con admiración. Desde la carretera que atraviesa la presa hasta el hotel, tenemos una agradable ruta por la carretera vieja a Francia. Sí, por fin; a disfrutar del placer del ciclismo mientras circunvalamos esta enorme masa de agua y mientras mantenemos en todo momento la visión de las hermosas montañas que hay delante. Dicen los psicólogos que retenemos en la memoria gracias a las emociones; que sin ellas no habría recuerdos. Curiosamente, mientras avanzo por esta vieja carretera, estrecha y sinuosa, la memoria me transporta con precisión fotográfica a este mismo trazado, a estas mismas imágenes de hace dos años, cuando acabamos la quinta etapa pirenaica aquí mismo. También las emociones son responsables de una mejor actitud ante el esfuerzo, de manera que aumento casi inconscientemente la cadencia de pedaleo y, consiguientemente, la sensación de velocidad. La energía vuelve a fluir y hago las últimas curvas hasta el hotel a ritmo alegre. Algún comentario de compañeros de ruta me llega al oído, puesto que se sorprenden por esta repentina aparición de quien creían todos apagado y desaparecido. Sí, sigo aquí, vivo, feliz de acabar el recorrido de hoy con estas sensaciones, en comunión con el entorno y la bicicleta.
Una vez llegados a la puerta del hotel, algunos se animan a hacer la escalada a Sarrios, un puerto de cuatro kilómetros y poca dificultad que se oferta de manera opcional para quien quiera completar el día de ciclismo. ¿Podría hacerlo? -me pregunto. Sí, supongo que sí, pero no quiero -me digo. Tengo claro que con 45 años la regulación es el secreto; reservar en la hucha; dejar para mañana; descansar... que no todo es pedalear. Esto es un viaje, una experiencia, no sólo montar en bicicleta. Después de seis puertos, hacer un séptimo se me hace repetitivo; no soy capaz de retener en el bagaje vital esta larga consecución de puertos. No le encuentro sentido a subirlo, definitivamente. Han sido 130km i 2587m de ascenso acumulado. Está bien para ser el primer día. Mañana, después del descanso nocturno, volveré a tener ganas de devorar kilómetros y de conquistar montañas.

5 DE AGOSTO. SEGUNDA ETAPA: Formigal - Luz St Sauveur


Hoy tenemos que salvar dos puertos de gran entidad, Col d'Aubisque i Hautacam. Col de Spandelles, inicialmente incluido en la lista de puertos de hoy, está impracticable, con tramos de tierra o gravilla principalmente en la bajada, de manera que ha decidido ya por nosotros. Y es que, dada la insatisfacción y la tremenda dureza de esta etapa, corroborada por los grupos de semanas anteriores, la organización decide eliminarlo del plan de ruta. Así pues, atacaremos tres puertos, los dos primeros y el último del listado inicialmente programado. ¡Al fin entraremos en Francia! Atravesaremos la frontera desde la cara sur del Portalet. Comenzaremos la jornada con mucha pausa, escalando los seis kilómetros que nos separan de la frontera a un ritmo suave de calentamiento. Conversamos y bromeamos.El pelotón circula compacto, nadie se queda atrás. Es la consigna, ya que no queremos que se rompa el grupo en una subida tan corta debemos ir activando la maquinaria de forma progresiva. Todo el mundo obedece y nadie se desmarca del ritmo que marca Biktor. Su ayudante, Xabi, cierra el pelotón con la radio encendida por si recibe alguna comunicación. Yo chupo rueda del capitán, alineado al margen derecho de la carretera, cerca de la cabeza, con buenas sensaciones. El descanso nocturno ha sido productivo y me siento lleno de energía y vitalidad. Hace un buen día: sol y fresco son posiblemente la mejores condiciones ambientales para el ciclista. También acompaña el paisaje, donde el verde de la hierba va sustiuyendo de forma progresiva los árboles. El aroma a césped húmedo, el calor de los primeros rayos de sol y el contraste de color entre cielo y tierra hacen de esta pausada ascensión uno de aquellos momentos mágicos que seguro que acompañarán mis recuerdos de esta visita a los Pirineos.
Llegamos arriba, pero hemos perdido dos efectivos. Un pinchazo, dicen. Los ciclista estamos aconstumbrados a las eventualidades. Esperar a los compañeros que reparan el pinchazo no es un inconveniente, sino una circunstancia más de la convivencia dentro de la grupeta; nos lo tomamos con filosofía y pasamos el rato charlando en la cumbre. Es una buena oportunidad para hacer pausa y conocer poco a poco a nuestros compañeros de fatiga. Hablamos sobre cualquier cosa; no hay un tema concreto, sino una sucesión de conversaciones improvisadas, excusa para la distracción en un tiempo muerto.
Llegan los rezagados y comenzamos el descenso. La precaución se hace patente en la bajada, ya que se espera niebla en la parte baja del valle. Muchos nos hemos enfundado el impermeable, ya que en la cima marcaba unos 10º de temperatura y hay que prevenir cualquier enfriamiento. Además, el descenso se hace por la cara norte, siempre más fría y escondida del sol. En efecto, el termómetro baja hasta los 8º en algunos puntos. Le tengo ganas a esta bajada. El Portalet, por esta cara, són 28'5km. Es una buena oportunidad para disfrutar de la trazada en las curvas y de la velocidad. Me gusta el inicio; no son pendientes fuertes, de manera que se puede bajar de forma bastante ágil y rápida. Las curvas están bien definidas y no veo virajes ciegos, así que tomo algún riesgo controlado cuando la visibilidad es buena. Después de 10km nos encontramos con un falso llano; este tramo marca lo que será el resto del descenso: menores pendientes y también más tráfico. La seguridad es la máxima para los organizadores. Biktor lleva un silbato para usarlo cada vez que aparece un coche en dirección contraria. Todo el mundo lo puede oir y darse por enterado. Cuando la cosa se complica a causa de un estrechamiento en la carretera, avisa también a los conductores de los vehículos a la voz de beaucoup de vélos! Ciclistas y conductores hemos de estar siempre alerta, ya que nos vemos obligados a convivir. Sólo el respeto mutuo y la precaución pueden garantizar la ausencia de accidentes.
Llegamos al fin del descenso y nos paramos cerca de la población de Laruns para dejar ropa en los camiones, además de rellenar bidones y vaciar la vejiga. Me preparo rápido, estoy especialmente concienciado para la escalada del Aubisque, un coloso de 16'5km. Ya lo subí hace dos años y la memoria fisiológica me recuerda lo duro que es. Veo que arrancan un par de ciclista y no me lo pienso más. Quiero ganar tiempo para subir tranquilo, sin prisas. Pronto cono a Montse, de Barcelona, y a un entrañable viejo ciclista burgalés. Los dos van con pausa, con buena cadencia y poco desarrollo. Está claro que no quieren quedarse demasiado atrás una vez empiece a subir el groso del grup. Me quedo con ellos por unos minutos y conversamos. El tiempo que pasamos juntos sirve para destensar la musculatura después de la bajada donde, evidentemente, las piernas se han quedado frías. Me doy cuenta de que llevan la corona grande de 30 dientes o más, ya que me cuesta quedarme con ellos a pesar de haberlo metido todo. Mi corona grande es de 28, para mi suficiente para superar estos puertos. Cuando al cosa se complica, pongo el 28. Cuando estoy cansado, pongo el 28. Cuando mis músculos de dicen que no pueden más, pongo el 28. Cuando las pendientes son próximas al 10% o superan este porcentaje, pongo el 28. Los platos son compact, 50-34. Décadas atrás los desarrollos eran distintos. La tendencia clásica en el ciclismo de carretera no contemplaba piñones de tantos dientes y todo radicaba en la potencia muscular. Las cadencias, antes, también eran menores; lo que ahora se diría ir atrancado. Personalmente, en la evolución que he hecho como ciclista de carretera, he pasado de 60 a cadencias que rondan las 80 por minuto en un sábado cualquiera con mi club. Actualmente, en definitiva, se está sacrificando avance en la pedalada por cadencia, atendiendo al hecho de que la ciencia deportiva ha demostrado la plausible mejor en el rendimiento muscular que se consigue con esta práctica. Desarrollos menores con cadencias mayores (molinillo) permiten, tambie´n, que en pruebas tan duras como esta, donde tenemos que mantenernos en buena condición física hasta la sexta etapa, se reduzca la sensación de fatiga causada por la acumulación de puertos, algunos de ellos tan exigentes.
Después de un par de kilómetros dejos a mis compañeros. Con el tiempo he ido calentando y ahora las piernas me piden que suba a mi ritmo. Continua el buen tiempo y sigo adelante con pausa, pero buscando un ritmo que me sea provechoso, en el sentido que extraiga el mejor rendimiento posible al esfuerzo. No forzar, pero no ir demasiado parado tampoco. Llego al pueblo de Gourette y busco las indicaciones al Aubisque. Me veo obligado a hacer un extraño circuito por las calles y pronto cojo la carretera nuevamente. Es ahora cuando tengo la verdadera sensación de estar ascendiendo este puerto. De momento, las sensaciones son buenas y no me planteo un cambio de estrategia. A ritmo de fondo, pulsaciones bajas, buena cadencia, evitar los cambios de ritmo, regular al máximo. ¡Te voy a comer, Aubisque! ¡Se ha acabado el miedo! ¡Sin miedo, sin temores! -me digo en silencio. Respeto y admiro este famoso puerto de montaña, pero tengo la sincera sensación de que a medida que me estoy tragando metros de ascensión, el dirísimo mito pasa a ser un puerto asequible. Innegables son los exigentes 9 últimos kilómetros, con pendientes entre el 8 y el 10% que no aflojan en ningún momento y que a una mente pusilánime acabaría derrotando. Pero me encuentro cómodo, mentalmente fuerte, fijado en el asiento de la bici y pedaleando de forma decidida, acompasada. Me levanto en algún momento, eso sí, para relajar la zona lumbar y cambiar de postura. Me pasa un grupo de vascos, relativamente jóvenes (al menos, más jóvenes que yo) y me saludan con naturalidad. Son compañeros de la Pirenaica y mis sospechas quedan aclaradas. Son una máquinas. Suben a un ritmo que causa envidia, a pesar de los fuertes porcentajes de estos últimos kilómetros. Están lejos de mi, no porque los vea cada vez más distantes, sino porque están en otra esfera, en otro nivel, muy superior al mío. Ha sido un placer comprobar como les sobran los piñones más grandes y son capaces de subir con desarrollos tan altos. Detrás de ellos, a la caza, Xabi, el más joven de la organización. Presupongo que lleva la consigna de ir con lo de delante, pero me temo que no los coge. Debe tener veinte años o poco más. Delgado, buena planta, atlético. De características físicas excepcionales para la práctica del ciclismo, claro. Afirma practica el triatlón blanco. Le pregunto que es. Esquí , carrera a pié y bicicleta -me explica él. Una pasada, pienso yo... y se va. El último kilómetro suaviza un poco, no demasiado, aunque lo suficiente para finalizar el col con soltura. Lo he hecho acompañado de otro euskaldun. Este es de la zona de Orio, cerca de Getaria (Guipuzkoa). Este va tranquilo, no como los otros, y me ha hecho compañía desde hace un buen rato. Pocas palabras, frases cortas, pero afinidad de sentimientos y convicciones en todo aquello que nos hemos dicho entre fuertes respiraciones.
Llegamos arriba. El avituallamiento está montado. Ya tenemos hambre, pero primeramente me tengo que hacer la foto en este puerto tan emblemático. Recuperar fuerzas es fundamental, así que como en todos los descansos me propongo hacer una alimentación lo más rica posible en energía, pero energía de la buena: fruta, frutos secos, frutas pasas y un pequeño bocadillo con chorizo y queso.
En cuanto acabamos, pequeña reunión para planificar el resto del día. Bajaremos hacia Col de Soulor, el cual se interpone en la bajada del Aubisque hacia la población de Argelès. Una tachuela de sólo tres kilómetros que no considero puerto por este lado, más teniendo en cuenta la poca pendiente que presenta y que ronda el 4%. En cambio, por la vertiente contraria, estaríamos hablando de un puerto de casi 20km. Y 7 más hasta el Aubisque! Parece realmente duro desde el lado donde bajamos nosotros. Después del largo descenso hasta la localidad de Argelès, tendremos que decidir si subimos o no el otro coloso de la jornada: el Hautacam. Como el día de ayer, los organizadores han preparado la etapa de manera que cada uno pueda regularse en base a su condición física, el entrenamiento realizado previamente, el estado de salud, la disposición mental, el cansancio o, simplemente, las sensaciones del momento. Nos preguntan, una vez parados en la base del puerto si hay alguien que quiere ir directamente al hotel. Yo tengo bastante claro que continuo: hoy soy un apéndice de la bicicleta, incapaz de descabalgarla; me encuentro bien, he reservado fuerzas para atacar el Hutacam. Me impresionó la etapa de este año, donde venció de forma incontestable el líder Nibali y que significó la caída del podio de Valverde. Momentos de sofá delante del televisor el mes de julio pasado que me causaron especial admiración, por la dureza del puerto y la superioridad mostrada por el maillot amarillo. La inspiración de aquella sesión televisiva me ha servido de impulso para mantener la cabeza fría a lo largo de toda la etapa y así haber guardado fuerzas para esta mítica ascensión, escenario de tantas y tantas batallas.
Todos aceptan la propuesta de hacer la escalada. No hay nadie que quiera ir al hotel aún. Un factor que ha hecho que la convocatoria para subir este puerto sea un éxito es que Col de Spandelles ha sido descartado para la etapa de hoy, a causa de las pésimas condiciones del asfalto. Tramos de tierra y gravilla han dado por parcialmente desaparecida la carretera y eso ha hecho que esta jornada, completada por uno de los grupos de semanas anteriores, haya sido un calvario, una locura de aquella que te hacen aborrecer la bicicleta. Pues bien, arrancamos la marcha con un primer kilómetro muy bueno. Un 4% que durará unos minutos. Aprovechamos para tonificar la musculatura, porque en algún momento sé que será duro. En la carta de navegación he podido ver que el coeficiente de dureza de este col supera los 300 puntos. Sobre el papel, la apariencia del Hautacam es parecida a la del Aubisque: ambos rondan los dieciséis kilómetros de ascensión y el desnivel positivo se aproxima a los 1200 metros. ¿Qué diferencia el uno de el otro para que el coeficiente de dureza pase de los 271 del Aubisque a los 306 del Hautacam? La respuesta es científica y tiene que ver con la suma de pendientes de cada kilómetro en relación con la distancia recorrida, de manera que cualquier altimetría de los dos puestos nos puede dar la respuesta, pero creo honestamente que la mejor manera de resolver la ecuación es subirlos y sentir en mis carnes cuál ha sido el más duro. Otro factor que se tiene en cuenta en una etapa es la posición del puerto. Cuanto más próximo a meta, más duro se le considera, de manera que es un punto a favor del Hautacam.  En fin, las altimetrías de las que dispongo son únicas para cada puerto y no tienen en cuenta su posición en la etapa de hoy. Mis piernas si que lo van a considerar, ya que la fatiga va acumulándose después de haber superado la barrera de los 100km.
Pasado el espejismo del 4%, el panorama se endurece. El puerto, de manera irregular, quiere avisarme de que tendremos guerra más adelante. La carretera se verticaliza en algún momento, aunque se trata de tramos finitos. Cierta irregularidad en estos kilómetros iniciales hace que pueda descansar de las rampas dura. Así hasta el sexto kilómetro. Después se vuelve contra mi la fuerza gravitatoria más contundente que nunca había sentido. Miro atrás por si alguien me está sujetando del sillín o si los frenos tocan la llanta o la rueda. No es el caso: soy yo, es la montaña. Se ha rebelado en toda su inmensidad. Los kilómetros centrales del puerto son tremendamente exigentes. Son cuatro mil metros al 10% de media y no hay forma ninguna de descansar. ¡No se acaba nunca! Se trata de uno de los tramos más duros que he tenido que superar en mi vida como ciclista, pero me lo tomo con la filosofía inherente del escalador y el viajero que tengo dentro. Cada escalada que hago, especialmente cuando es la primera ocasión, la adrenalina colapsa mi organismo a causa de la satisfacción asociada a la exploración del terreno, así como del paisaje. Sí, soy un explorador sobre dos ruedas, un descubridor de nuevas rutas, atravesando fronteras que nunca hubiera imaginado años atrás. Se trata de eso también, de ciclismo. No es algo estrictamente deportivo, sino más bien relacionado con la necesidad humana por encontrar lugares inexplorados... Y por conquistar.
Es precisamente es afán por conquistar, lo que me da fuerzas para superar el tramo central del Hautacam. A partir del kilómetro diez, la pendiente suaviza un poco. Sólo un poco. Deberemos seguir pedaleando, ya justos de fuerzas, para rematar esta mole pirenaica. El 8% protagoniza los últimos kilómetros de este hito montañés, pero seré incapaz de bajar un piñón. Continuaré, inexorablemente, pedaleando con la desmultiplicación más baja: un 34-28. Así hasta el fin, ya que las fuerzas demuestran estar justas, y ahora no pienso sólo en coronoar con éxito, sino también en que mañana, la tercera jornada ciclista, arranca con el Tourmalet. Temo que sea éste aún más duro que el oponente al que ahora me enfrento. Llego al supuesto final del puerto y... ¡resulta que tengo que subir dos kilómetros más si quiero avituallarme! Ya nos habían avisado de que lo que fue final de etapa del Tour (una especie de aparcamiento en la montaña)  no  es la parte más elevada y que el final de verdad está en Tramassel, aún más arriba. A estas altura, la capacidad de esfuerzo está activada al máximo, como también lo está la incapacidad para sentir el dolor, de manera que no me parece tan mal dar un último empujón, ya que estamos aquí.
Mientras muerdo el bocadillo aquí arriba, en la cima, miro las indicaciones del GPS: hemos superado ya los 3000 metros de desnivel positivo. Calculo, además, que hasta Luz St Sauveur aún tendremos que pedalear bastante y nos quedaremos en unos 130km en total, además de un pequeño ascenso que sumará un centenar de metros de subida. Así pues, esta es de esas etapas que tendré que guardar en mis registros memorísticos como un gran acontecimiento. Dura etapa, míticos puertos y ciclismo puro de montaña. En cuanto al descenso (que será por la misma cara que hemos escalado), deciros que es un gozo para aquellos que no tenemos miedo. A pesar del peligro inherente de las bajadas, siempre reservando un grado de prudencia, me gusta arriesgar: trazar las curvas al límite, abrir el arco de giro al máximo, aprovechar la velocidad adquirida al máximo frenando lo mínimo, buscar la punta de velocidad en los tramos rectos o semi rectos en la postura más aerodinámica posible. Soy delgado, estoy alrededor de los 64kg, de manera que no tengo a favor el peso en los descensos. Aún así, bajadas como esta, donde el firme está en perfectas condiciones y las pendientes son fuertes, tiro de técnica y aerodinámica para avanzar posiciones y situarme cerca de la punta de flecha. Aún así no debo arriesgar, ya que incumpliría las normas de seguridad impuestas por la organización y que, por otra parte, me parecen razonables. Algunos no sabemos muy bien donde está el límite entre el riesgo controlado y la locura, de manera que me viene bien tener a alguien que marque los límites. Honestamente os digo que si el riesgo en las subidas es un ataque al corazón o un desfallecimiento, en las bajadas el riesgo es la muerte. A las velocidades que a veces imprimimos en las bajadas algunos ciclistas, estamos arriesgando la vida, ciertamente; así que se trata de un verdadero acto de funambulismo conducir una bicicleta justo sobre la línea concreta, la que separa la vida de la muerte. Esta sinrazón en algunas bajadas enciende la adrenalina, despierta los sentidos y nos hace sentir más vivos que nunca. Éxtasis, diría yo, es lo que siento de determinados momentos. Se necesita técnica, es evidente. Avanzarse en la posición, situarse agresivamente sobre el manillar, acompañar las rotaciones con el cuerpo, separar la pierna flexionada por el interior de la curva y un largo etcétera de pequeños detalles que imprimen ventaja, seguridad y velocidad.

6 DE AGOSTO. TERCERA ETAPA. Luz St Sauveur - St Lary

Hoy me he levantado decidido a incorporarme con el grupo avanzadilla. En la charla de anoche, se nos propuso dividirnos en dos grupos al inicio de la jornada, separados por media hora, debido a la gran diferencia que existe entre unos ciclistas y otros. Cuando el puerto en cuestión es largo, las diferencias superan los treinta minutos entre la cabeza de la marcha y la cola. Me parece una decisión equilibrada y realista, de modo que, fiel a mi filosofía de tomarme con calma las ascensiones por aquello de la regulación y el disfrute, me he adscrito al primer grupo. Sólo encuentro una cuestión en contra: que habrá que correr más con el desayuno. El cuerpo humano es como un reloj. Responde de forma rítmica y ordenada a los estímulos de cada día. Desde la hora de levantarse hasta la noche, nos recuerda qué nos toca a cada momento. En cuanto al momento del desayuno, mi horario habitual requiere alrededor de hora y media, desde que me levanto hasta que arranco sobre la bicicleta. En esta ocasión, en cambio, a raíz de la decisión de salir antes, me veo obligado a comprimir los hábitos y costumbres matutinos a una hora justa. Para los metódicos y pausados, esto es un inconveniente. De hecho, como no he querido dejar de desayunar de forma copiosa y energética, apenas salimos de Luz me siento descompuesto, contrapuesto y dormido. El cuerpo no está en condiciones y todas las sensaciones, en cuanto empieco a rodar, son negativas. Y delante tengo el Tourmalet ... ¡y empieza ya! De hecho, el Col de Tourmalet es un puerto que comienza en la misma ciudad ya citada, en el casco urbano. Arranca a un centenar de metros de nuestro hotel. En consecuencia, el mito, el puerto tal vez más emblemático de todos los que haremos en los Pirineos, que presenta un coeficiente de dificultad superior a los que superamos ayer -las altimetrías marcan un 338-, lo afronto muerto, tocado, con el organismo sin energía. Tengo miedo, de verdad. Quizá la etapa de ayer me ha consumido. Quizás he pasado mala noche y no he recuperado bien. No lo sé y no puedo ahora darle más vueltas. Tengo que afrontar la situación y sobreponerme. Este enorme puerto tiene 18 kilómetros en ascensión continua y progresivamente más vertical. Casi no tiene descansos. La pendiente media es del 8% y aquí grandes ciclistas profesionales han perdido todas sus opciones en tantas y tantas etapas decisivas del Tour . Este ha sido el escenario de muchas batallas, cruentas escaladas donde sólo unos pocos han tocado el cielo; el resto, al fondo del pozo.
Entre lamentos y pensamientos perniciosos para mi salud mental como los descritos antes, llegamos a pie de puerto. Tramo urbano donde todos vamos juntos y muy lentamente. El primer kilómetro es al 5%, lo único que nos dará tregua. Tanteo la situación, observo los compañeros, analizo su expresión. No hay que mirar sólo la cara de un ciclista para saber cómo está; su cuerpo también habla; la postura, la cadencia, el movimiento de lado a lado, la alineación de las piernas respecto a la rotación del pedal, la postura del cuello, la flexión de los brazos. Los hay más y menos expresivos, pero a todos se les puede observar alguna sensación. Me da la impresión de que no estoy solo en el pozo de las almas. Leo el temor en algunas caras, desconfianza en otras, inseguridad en algún caso. Tourmalet impresiona, desde el mismo inicio, sin ni siquiera haber abandonado la ciudad ni estar en la parte más dura. Causa un respeto inmenso, pese a no ser el más duro de los Pirineos. Es el gran mito, la Meca de los musulmanes, el Santiago de los peregrinos, la Capilla Sixtina de los cristianos, el Stonehenge de los místicos, el MachuPichu de los incas. Como cristiano y montañés que soy, tengo que conquistar esta cumbre, de cualquier modo -trato de convencerme en silencio.
Ir a rueda. Parece la única solución. Emparejado con Abel Sáez, viejo conocido de la convocatoria de hace dos años, con el que ya tengo compartidos muchos kilómetros, penurias y alegrías. No va sobrado; él mismo reconoce que esta temporada ciclista está pasado de vueltas. Sobre-entrenado, se dice en una jerga más científica. El sobre-entrenamiento no es malo si significa una mejora en la condición física. Hace falta, de hecho, un sobre-entrenamiento para conseguir mejoras progresivas hasta el punto óptimo de forma. Indiscutiblemente debe haber buen descanso y alimentación completa para asimilar adecuadamente. Lo que quiere decir con "ir pasado de vueltas" es que tiene la sensación de que su organismo está saturado, que no ha mejorado la condición física en las últimas semanas y que presenta cierta fatiga acumulada. Eso dicen las teorías de la ciencia deportiva, aunque no puedo asegurarlo en su caso. Cabe decir que otra cosa que hacemos los ciclistas es engañar a los demás con comentarios sobre la condición física, y que en ocasiones son de dudosa certeza. Hay quien dice estar en malas condiciones sólo para excusarse si no está al nivel acostumbrado, o simplemente para atacar en determinado momento a traición, sin que los demás estén alerta para responder al cambio de ritmo. Abel es un penta-pirenaico. Con ésta, será la quinta vez consecutiva que participa en esta randonné ciclista. Es noble, a mí no me engaña. A pesar de ser un bromista que me ha hecho reír incontables ocasiones hasta el punto de perder el ritmo en algunas escaladas, no bromeaba cuando me lo dijo. Es un muchacho muy aguerrido, el de Amurrio -le digo yo. Es incombustible; tiene un afán de trabajo encima de la bici que provoca admiración, siempre trabajando para superarse. Es de aquellos que sacan fuerzas de donde no las hay.
Me pongo a su rueda. Es mi apuesta. Si actúa como pienso, no me dejará atrás. No me abandonará. No me dejará tirado. Lleva un ritmo suave, soportable. Será mi referencia. Así puedo seguir hasta arriba ... si no me descompongo por el camino. El sistema digestivo me avisa repetidamente de que algo no va bien. Tengo malestar. En cualquier momento tendré que bajar de la máquina y esconderme detrás de un matorral. Pero si lo hago me quedo solo. Así que tengo que aguantar, sea como sea. Espero que este dolor de vientre se vaya pronto. Ahora, un tercer ciclista completa la grupeta. Es Pantani , así lo llamo yo, con su permiso, claro. El de Riba Roja d'Ebre, del club ciclista de Cambrils. Un chico delgado, marcadamente fibroso, con un estilo que me recuerda al campeón italiano. Es ágil en escalada. Presenta unas condiciones deportivas que a mí me provocan envidia sana. Puro nervio. Él sí va sobrado. Le sobra la energía por todos los lados. Ni gramo de grasa y toda la planta para triunfar como escalador. A las malas sensaciones de este inicio de puerto se añade la impactante visión de troncos de árboles a un lado de la carretera. El año pasado, las fuertes lluvias hicieron desaparecer la carretera entera. De hecho, el asfalto que ahora pisamos es nuevo. Esta carretera no tiene nada que ver con la que recorrimos la última ocasión. Impresiona saber que la riada del último año hiciera desaparecer completamente el trazado. Enormes destrozos que los franceses han sabido corregir, perfilando un nuevo curso de la carretera, más apartada del recorrido natural del río. Una razón más para sentir un respeto superior para hacia espacio natural. Por mucho que los hombres conquistamos las cimas, la montaña y los fenómenos naturales mostrarán siempre su superioridad. La verdad es que esta humilde reflexión sobre nuestra inferioridad de condiciones frente a la naturaleza me apartan momentáneamente de los lamentos interiores por mis molestias. En cierto momento del primer tercio de escalada, cuando aún no hemos llegado a la parte más dura, me vienen a la mente algunas lecturas sobre el efecto placebo y, también, la capacidad cerebral que tiene el hombre para somatizar enfermedades. Es una auto-inducción de afecciones en base a una disposición mental para tenerlas. Me pregunto, mientras miro la rueda de mi liebre, si al igual que somatizamos en negativo, podemos auto-inducir  la corrección de un malestar corporal con buenos pensamientos y sólo con la voluntad. Según los orientales, es posible, a raíz de la meditación. No soy un seguidor ni comprendo cómo se hace. No tengo técnicas meditativas, pero me propongo pensar que me encontraré mejor y que superaré esta crisis. En algún momento, de hecho, tengo alguna ráfaga de bienestar. Dura poco, pero es un síntoma de que mi organismo se auto-corrige. Es momentáneo, pero es una relámpago de esperanza. He luchado mucho esta temporada para llegar aquí bien preparado; para hacer este tipo de etapas, con las que sueña cualquier amante de este deporte. Me he de sentir mejor, como sea. Pienso ahora en los libros de Eduard Punset sobre la felicidad. Recuerdo un capítulo donde explica que durante la práctica de deporte, el cerebro produce químicos del placer: sustancias que generan bienestar y que aportan sensación de júbilo. Quizás lo esté corroborando de manera empírica, dado que cada vez me encuentro mejor. No estoy para tirar cohetes, pero reverdece la vitalidad en mi persona. Poco a poco, cada vez mejor. Progresa la escalada y progreso como ciclista. Un solo puerto te puede enseñar mucho sobre ciclismo, y este "dos mil" es el lugar ideal para aprender a tener una disposición mental firme. Es largo, es imponente, es duro de pelar, no tiene piedad, te retira el oxígeno cuanto más arriba estás. No pienso abandonar. Si tengo que morir, que sea aquí, en plena lucha. Llegamos a la desviación que separa la carretera convencional de la ruta Laurent Fignon. Tomamos esta última a derecha y ocupamos toda la anchura de la vía. Exclusiva para ciclistas y libre de coches. Las buenas sensaciones van aflorando en un marco incomparable. Sólo nosotros y el espacio natural. El cielo queda más cerca y mi espíritu lo nota cada vez con más intensidad. Comunión total y absoluta con el ambiente. Vuelvo a sentirme ligero y las pedaladas dejan de pesar como un plomo.
Asimilo el pundonor y la potencia de uno de mis conductores y la agilidad y frescura del otro. Les doy las gracias en silencio, ya que ellos han sido mi inspiración. Dos gregarios de lujo, dos extraterrestres al servicio de un simple terrícola. Llega el tercio final de la escalada, que sobre el papel es el más duro. En cambio, los tres hemos progresado en el ritmo. Llegamos a la altura de Paco, barcelonés y compañero en la marcha, que decide agarrarse a rueda y seguir nuestro paso. Deja la soledad de su ascensión por nuestra compañía, cada vez con más conversación y bromas, fruto de la confianza y la hermandad entre nosotros. Más adelante es Javier, de Madrid, otro viejo conocido que también decide chupar rueda y acompañarnos hasta arriba. La experiencia de otras ocasiones en cimas superiores a los dos mil metros me dice que no tendré mal de altura, a pesar de la falta de asimilación del oxígeno. Es verdad que el rendimiento deportivo baja a esta altura, pero no soy consciente. De hecho, sufro de cierta euforia, tal vez locura, quizás debido justamente a esta merma en la asimilación de oxígeno, que hace desvariar el cerebro. Entre distendidas charlas y la música animada del móvil de uno de mis colegas, visualizamos el poste que indica el último kilómetro. Éste presenta una media del 10%, pero estamos curados de espanto. Ahora, precisamente cuando llega la culminación, y por alguna razón que no acabo de entender, un par de compañeros abandonan la grupeta y nos dejan detrás. ¡Oye, vamos a esperar todos Abel, que él nos ha Llevado hasta aquí! -grito indignado. Es verdad, considero un acto de traición dejarlo tirado, aunque sean sólo 50 metros de distancia. Debemos coronar juntos, por fidelidad y por respeto. Asumimos que hemos venido aquí a correr con los demás y no a correr contra ellos. Nos reagrupamos y acabamos la escalada juntos. 2115m de altura, la máxima elevación que haremos en esta edición de la Pirenaica. Dejo la bici en el aparcamiento y observo el GPS. Como todo el recorrido hecho hasta el momento ha sido exclusivamente la escalada del puerto, los datos que nos da son estadística directa sobre nuestra subida: hemos recorrido 18km en continua ascensión, para elevarnos 1405 metros más sobre el nivel del mar, a una velocidad de 9'8km/h, en una hora y cincuenta minutos. He aquí una discreta marca que publico orgulloso.
Tourmalet es una fiesta. Desde que se abre en junio y hasta su cierre al paso de vehículos en el mes de septiembre, la confluencia de visitantes, turistas y ciclistas es notoria. La fama adquirida por este puerto durante más de un siglo de Tour y la espectacularidad de sus paisajes hace que sus atractivos sean múltiples. El cicloturista puro, aquel que no quiere bullicio de gente allá donde va, no acaba de encontrarse cómodo con este ambiente. La línea donde se corona el col es un continuo ir y venir de bicicletas, coches y caminantes, en todas direcciones; un caos. Las fotografías se hacen arriesgando la vida del fotógrafo, quien pone toda la atención en el marco de la foto y, mientras tanto, los coches, las motos y las bicicletas pasan en ambas direcciones. Para los conductores de los vehículos, aparcar es bien difícil y ni de lejos se respira tranquilidad ni paz. A pesar de ello, si nos olvidamos de los perjuicios sobre las masificaciones y nos aislamos de los ruidos, de la multitud y del negocio implícito en todo esto, si hacemos un esfuerzo mental para olvidarlo, queda la montaña, esta inmensidad que impacta miras donde miras. Bestia de piedra y tundra que se resiste a ser conquistada. Y mientras uno piensa en estas cosas, aparece en la zona de avituallamiento una alpaca, animal procedente de los Andes y que por alguna razón alguien ha migrado aquí. Un par de ejemplares nos hacen la visita para robar algo de comida. Es evidente que estas mesas son muy atractivas para cualquier animal con hambre y no nos resulta nada fácil deshacernos de ellas.
Tras la foto de rigor con toda la expedición a los pies del gigante, tomamos la ladera que baja a St. Marie de Campan . Esta cara del puerto es la que conduce a la estación de esquí. Tourmalet tiene, desde mi punto de vista, una de las bajadas más vertiginosas que se pueden hacer. Se trata de una buena carretera y con buena visibilidad. De trazado rápido para aquellos que nos gusta cortar el aire a velocidades de 70 o, incluso, 80km / h. Quizás algunos dirán que es una temeridad, pero insisto en que las bajadas son la otra locura que afecta a los ciclistas amantes de la aventura y el riesgo. La primera locura, ya sabéis, es hacer largas y duras escaladas dejándonos la piel, claro. Y como en casi todos los descensos en los Pirineos, la primera mitad es extraordinaria, mientras que la segunda parte, ya más próxima a la civilización humana, implica un mayor grado de prudencia; ya no se trata de mi vida puesta en riesgo y en solitario frente a la naturaleza y el medio, sino de coches, roulottes, camiones, edificaciones próximas, personas ... tantos y tantos factores que merecen mi atención. Ahora es el momento de ir todos bien agrupados, dándonos protección mutua.
A la llegada a St. Marie de Campan nos encontramos el pueblo en fiestas. Música, gente en la calle, mercado. Los ingredientes habituales. Nos detenemos para reagruparnos y esperar a los retrasados. Un hombre pone música en un puesto de venta de CDs y discos de vinilo antiguos. Inesperadamente suena una música bien conocida. Es Paquito el Chocolatero. ¡Tierra, traga-me! Soy valenciano, pero no acabo de entender que la presencia de españoles en esta plaza haya llevado a este hombre a relacionarnos con esta pieza musical. Tenemos lo que nos merecemos, los valencianos -pienso yo en vergonzoso silencio. Me sorprende aún más que los amigos navarros y vascos sean, curiosamente, quienes forman una hilera y bailan la canción mientras se inclinan y se incorporan rítmicamente. ¿El mundo al revés? Por suerte, pronto termina la serenata. Ahora el hombre de la música pone una ranchera. No sé si se habrá confundido de nacionalidad, pero esas cosas pasan ... Al fin continuamos la marcha. Apenas dejar el pueblo, viene la siguiente escalada. Ahora hablamos de una cosa bien distinta: se trata de Horquette d'Ancizan, un puerto suave, agradable, destacable por su belleza. Son 17km, pero a una pendiente media que no superará, creo yo, el 5%. Tiene rampas duras, sí, pero alternadas con tramos de falso llano y una bajada de un kilómetro poco antes de coronar. En esta ocasión, superado el coloso del día, me tomo este puerto como un buen momento para visualizar la naturaleza que nos ofrece este valle. Sí, valle, no una dura escalada. La configuración de este puerto es distinta a los demás. No se trata de una carretera que ataca salvajemente una cumbre con el típico zigzag de la carretera, sino un trayecto que arranca en un valle muy abierto y luminoso, que luego sube en paralelo al curso de un arroyo, que a su vez atraviesa una bosque tupido de pino negro, que poco a poco va dejando paso a un césped de verde intenso y que termina con campos de flores silvestres.
Visualmente, es la ascensión más atractiva. No todo iban a ser épicas y agónicas escaladas, ¿verdad? Y así es. No pienso en el tiempo, ni en la velocidad, ni miro si llevo una buena cadencia. Os estoy siendo franco al decir de que no pienso en la bicicleta ni en el ritmo deportivo. Durante la subida me dedico a charlar con los que me voy cruzando, a bromear, a comentar las maravillas naturales que nos vamos encontrando. Es un cambio de chip a todas luces, además de una buena oportunidad para practicar la contemplación. Me dedico a sentir el agua del río correr, la brisa mover las ramas, el sol calentar mi cuerpo, el aire rellenar profundamente los pulmones, el olfato disfrutar de los aromas del campo silvestre. Tras el más que recomendable esparcimiento en la parte alta de l'Horquette, hacemos bajada en St. Lary, destino y hotel. Ahora viene el momento de tomar otra decisión. Existe la alternativa de escalar también Pla d'Adet que, por cierto, fue final de etapa en el Tour de este año. Yo renuncio, decididamente. Algunos me animan a participar de esta opción, en vez de ir ya en el hotel, pero yo estoy saturado de bici. Hay momentos en que el cerebro está sobrepasado por la acumulación de emociones y eventos. A nivel ciclista, la consecución de puertos y etapas puede provocar que un simple cicloturista como yo termine por aburrir este deporte. Una edición de Pirenaica como la de este año acumula más de 600 kilómetros y alrededor de 12.000 metros de desnivel positivo. Asimilar este esfuerzo implica una firme disposición a dosificar el esfuerzo y compartir estas horas de bicicleta con otros placeres de la vida, como las tardes leyendo en el hotel, paseando con los amigos, tomando una cerveza, en el jacuzzi o recibiendo un masaje reparador. Es una cuestión mental, al menos para mí. No me encuentro, justo en el momento de renunciar a Pla d'Adet, débil a nivel físico, sino saturado mentalmente. El ciclismo, precisamente, requiere de disposición mental, de optimismo y fortaleza ante el esfuerzo. Haciendo una lectura objetiva de la situación, necesito una desconexión total. Me vienen a la cabeza, también, las malas sensaciones de esta mañana, donde el terror casi me abruma y me hace poner pie en tierra al inicio de la etapa. Allí, a pie de puerto, he visto las orejas al lobo y no quiero terminar en la garganta de la fiera. Prudencia, Pantera. Y qué deciros del masaje? Somos pocos en la cola, ya que la mayoría suben el último puerto. Tengo la suerte de que Eli me coge el primero. Ducha rápida y muy pronto me tiene en la sala. Me desnudo y me quedo en calzoncillos. ¡A la camilla! Eli es una mujer de carácter natural, fácil, bromista y directa. Me trata las piernas con cuidado, sin hacerme demasiado daño. Me tendrá que hacer, aunque sea un poco, a fin de alinear las fibras, activar la circulación sanguínea y ayudar a la musculatura en su recuperación. Sin embargo, empieza muy suave, produciendome sensación de bienestar y comodidad. Charlamos mientras hace lo suyo y entra en la conversación Cristina, también de la organización. En algún momento me duele un poco, inevitablemente. El dolor causado por su masaje de ahora me ayudará a recuperar mejor y más rápidamente esta noche. Poco antes de terminar con las piernas me dice que soy fácil de manipular. Los músculos delgados y alargados le facilitan el trabajo. Según dice, cuesta mucho trabajar músculos muy desarrollados y con volumen, por lo que mi caso lo resuelve con facilidad. Además, me comenta que la piel la tengo bastante elástica, otro factor que ayuda a los masajistas a hacer su trabajo con solvencia. Cuando me dice que ya ha acabado, le pido un favor: que me masajee también la espalda. Aún no ha venido nadie, por lo que igual me hace el regalito -pienso yo. Eli me dice que no lo hace habitualmente, que en principio son sólo las piernas, pero parece que se lo piensa y rectifica. Mira, Natxo, si lo hago será para engañarte; no sería un verdadero masaje de espalda -afirma. Ningún problema , engáñame -replico yo. Me siento a gusto y no quiero perder la oportunidad de tener un masaje completo, aprovechando la ocasión con la sala de masajes vacía. Comienza el masaje por los glúteos, ejerciendo una fuerte presión con el antebrazo. Lo que hace ahora es distinto al masaje de piernas, ya que no utiliza los dedos, sino los brazos. Aprovecha el peso de su cuerpo para imprimir presión. Funciona, parece que relaje la zona. Ahora le toca a la espalda. Más de lo mismo, más presión, arrastrándose en diagonal y de abajo hacia arriba. Un júbilo. Definitivamente, he acertado eligiendo este momento para pedir un masaje. Buen engaño, muchas gracias -le digo.

 

7 DE AGOSTO. CUARTA ETAPA: St. Lary - Luchon

Esta etapa resultará ser la más dura, según afirma el capitán. Si hacemos los cuatro puertos que hay catalogados, el diagnóstico emitido por las expediciones de las semanas anteriores ha sido contundente y escalofriante. Éxito o muerte, son las dos caras de este maravilloso deporte y que define las dos posibles destinos para el día de hoy. Tendremos que subir Pla d'Azet, Peyresurde, Port de Bales y Superbagnères . Tengo metido en la cabeza este último puerto como una obsesión. Es otro de los puertos donde se han escrito tantas y tantas batallas del Tour del siglo XX, en las décadas de los 70 y 80. Por alguna razón que no acabamos de entender los miembros de la expedición, esta bestia montañosa ha desaparecido del panorama deportivo de la randonné francesa los últimos veinticinco años. Así pues, nos presenta un auténtico y nostálgico viaje al pasado para finalizar la etapa con un clásico de visera en vez de casco, cuadro de acero en vez de carbono, y pedal en vez de calas. St. Lary, donde hemos acampado esta noche, es una ciudad que vive del deporte de montaña y de sus paisajes naturales. Población bien cuidada, de casas en perfectas condiciones y donde la piedra protagoniza las fachadas y el pavimento de las calles del centro. Fue un placer pasear ayer por las calles bulliciosas del casco antiguo y merendar bocadillos típicos de la zona, acompañados de una buena cerveza oscura con el grupo de amigos ciclistas, procedentes de tan diversos lugares de la geografía española. Mixtura de acentos en las conversaciones y multiplicidad cultural en terrazas al aire libre para celebrar que habíamos superado el ecuador de la marcha por tierras galas.
Subimos Pla d'Azet a marcha lenta. Precaución y serenidad. Una cosa lleva a la otra, ya que el casi obsesivo cuidado por ajustar el esfuerzo a los mínimos y así reservar hace que entremos en un estado de paz y tranquilidad de alma que a mí, personalmente, me aporta un gozo de difícil descripción escrita. Me siento como el ave fénix, resurgido de las cenizas, después de haber sufrido una crisis como la descrita ayer, al inicio de la ascensión a Col de Tourmalet . Me encuentro pletórico, exhultante, lleno de energía. Claramente, acerté cuando ayer por la tarde renuncié a hacer Pla d'Adet y prolongué el descanso con masaje incluido. Ahora las piernas levitan; funcionan sin tener que darles órdenes. Ligereza, lividez, ingravidez ... mientras subo este primer puerto. Y otro factor nuevo se revela en esta jornada. El grupo de ciclistas ha pasado de conocidos a amigos. Tres días y el inicio de un cuarto día nos han acercado. Siempre se ha dicho que sufrir juntos une; este es un buen ejemplo.
De forma improvisada, se encadenan situaciones de hermandad entre nosotros: hemos roto el distanciamiento inicial con el fortalecimiento de algunas relaciones y la comunicación fluye entre todos. Esto del ciclismo es ineludiblemente individual, pero el factor social completa las satisfacciones del corredor. Saber ir solo y saber, también, tener una relación de sociedad con los demás forma parte del equilibrio que conforma el ciclista completo, el que verdaderamente disfruta de esta disciplina tan sacrificada. Del mismo modo que hay quien no sabe salir en bicicleta si no queda con su grupeta, también hay quien prefiere ir en solitario. En mi experiencia de veinte años de bici, he rodado mucho en soledad y también en compañía. Mi mayor satisfacción está en un equilibrio entre ambas posibilidades. Me explico: es más divertido ir en grupo, esto siempre; ahí es donde se ponen en práctica habilidades sociales cooperativas, como la solidaridad y el beneficio del grupo por encima de los deseos personales. Es indiscutible que en cuanto a la vertiente puramente deportiva, el individuo se ve siempre beneficiado por la suma de esfuerzos del grupo, el cual además lo conduce a un mejor entrenamiento personal a largo plazo. A pesar de esto, soy del pensamiento que hay que saber también ir solo cuando es imposible quedar con los amigos o las circunstancias personales no lo permiten; es en esa situación de soledad encima de las dos ruedas cuando la sensación de dureza y sacrificio se multiplica y hay una dosis importante de disposición mental hacia el esfuerzo y el sufrimiento. Aspectos como el aburrimiento, la agorafobia derivada del aislamiento, el temor a las eventualidades y los repentinos pensamientos pesimistas y autodestructivos, hacen del ciclista en solitario un personaje débil que se encuentra con la necesidad de anular toda iniciativa derrotista. Valores como la tenacidad, la fortaleza y la templanza acaban siendo tus acompañantes en cada recorrido... también por la vida.
Pla d'Azet (Col de Val Louron - Azet ) no es llargo. Son 11km con tres tramos bien diferenciados: primero hacemos tres kilómetros con pendientes suaves (un buen calentamiento muscular). A continuación viene el tramo central, donde tenemos que superar 5 kilómetros con pendientes típicas de los puertos franceses, alrededor del 8'5% (estamos curados de espanto). Finalmente, dos kilómetros al 7%, que no deja de ser duro, pero que el cuerpo asimila como relativamente suave, dadas las pendientes del tramo más duro hecho previamente. Coronarlo ha sido sencillo. Tengo -y tenemos la mayoría- la sensación de que ha sido un puerto suave, a pesar de los datos antes descritos, porque nos pilla frescos, adaptados a la montaña y con el organismo preparado para soportar el esfuerzo con mejor diagnóstico cada día que pasa. ¿Y qué decir de la bajada? ¿Debería contaros el placer eufórico de este descenso? Siempre diré que no hemos de olvidar la importancia de las bajadas, desde el punto de vista del cicloturista, como momento para la máxima diversión relacionada con la vertiginosidad, como momento para reactivar el cuerpo después de la parada en la cima y prepararnos para el próximo puerto; y sobre todo poner en práctica las técnicas más diversas e intuitivas sobre el trazado en las curvas, la depuración en la postura aerodinámica, el autocontrol, la conducción a alta velocidad y un largo etcétera de pequeños detalles que separan los expertos conductores en la vanguardia y los temerosos ciclistas que superan discretamente cada descenso como trámite que inevitablemente les toca realizar y sufrir. Pensaréis que desde aquí quiero invitarles a hacer temeridades en las bajadas. Nada más lejos de la realidad. Para bajar sin casi tocar los frenos, es necesario haber bajado puertos durante muchos años y haber sufrido muchas situaciones comprometidas en todo ese tiempo. Temeridad sería bajar como algunos bajamos sin encontrarse cómodo o invadidos por el terror. No. Esto de la velocidad en las bajadas es una cuestión de tiempo, de incontables tanteos en cada salida en un interés constante por mejorar la técnica. Con una buena técnica de descenso, un ciclista puede bajar con total seguridad un puerto relativamente difícil a una elevada velocidad, mientras que un ciclista temeroso e inexperto se sentirá inseguro aunque su velocidad sea mucho menor. He visto ciclistas que en pocas etapas de montaña han limado las zapatas de los frenos, mientras que otros las mantienen en perfectas condiciones y casi nuevas. La otra cuestión es la confusión que suele haber entre las palabras miedo y respeto. Mientras que éste último representa a los ciclistas que saben bajar de forma rápida, pero con seguridad y sentido común, el primero desciende acobardado, e incluso corre más peligro debido a frenadas a destiempo y cambios de velocidad repentinos.
Una vez abajo, hacemos una pequeña excursión turística y relajada en torno al lago de Loudenvielle. Precioso enclave donde nos detenemos para esperar a dos miembros del grupo que han pinchado. A orillas del lago, una extensa llanura con césped y multitud de gente al sol, en tiempo de recreo. En el cielo, parapentes formando líneas onduladas mientras descienden en armoniosa coordinación. Nosotros aprovechamos para mirar, para disfrutar, para relajarnos con una nueva actividad, la de improvisado público que admira los voladores. Ellos, los osados ​​parapentistas, también buscan la felicidad en lo que hacen. También se relacionan con las alturas, también quieren llegar arriba, más y más arriba. Ahora nosotros estamos en el suelo, seguros, sin correr ningún peligro ya, mientras que ellos flirtean con el aire, como lo hacemos nosotros mientras nos arrastramos por el suelo en cada puerto.




Bueno, siguiente dificultad: Peyresurde. Seguimos con la filosofía de la regulación y la economía en el esfuerzo. Lo tengo claro y no soy el único. Armonía de ritmos, armonía de velocidades, armonía de pretensiones, objetivos pares y cohesión grupal. Más paisajes excepcionales, más gozo visual, más charlas distendidas, más música celestial, más aromas a naturaleza salvaje... y más y más. Mientras escalo, hago un esfuerzo consciente para convencerme de que estoy viviendo uno de los momentos de mayor felicidad del año; el fruto del inclemente entrenamiento hecho esta temporada; el fruto de tanto esfuerzo y la vivencia de lo que he estado viendo como sueño inalcanzable a lo largo de la primavera. Este preciso momento, que para algunos podría ser la expresión más evidente del dolor físico y mental, es para mí una fuente inagotable de jauja, de alegría. ¿Cómo es posible que dos síntomas antagónicos, como el esfuerzo físico y el bienestar, puedan conjugarse para producir este estado de pura felicidad? La explicación podría venir de múltiples fuentes ideológicas, científicas y filosóficas. Seguro que Budha, Mahadma Gandhi, Jesucristo y tantos otros personajes de gran valor humano tendrían una razón bien convincente que daría satisfacción a la humanidad en estas cuestiones, pero me quedo con las demostraciones empíricas de laboratorio que demuestran como los fluidos generados en el cerebro durante el ejercicio físico producen sensación de bienestar, e incluso, estados de euforia. Sí, los químicos del placer, se dicen. Antes de la escalada nos explican que la subida estaba programada para el Peyragudes, pero que está cerrado por obras y, por tanto, hacemos Peyresurde, muy próximo y con el que comparte la mayor parte del trazado.
Arriba, una vez más, alimentación y conversación, descanso y esparcimiento, el tiempo queda parado para digerir en nuestra conciencia la experiencia vital que estamos viviendo todos juntos. La actividad ciclista se completa en estos momentos, donde desaparece todo ánimo competitivo o especulador. El ambiente entre los compañeros se hace cada vez más humano y menos mecanizado. Incluso dejamos de hablar de bielas, cuadros, materiales, componentes, potencias y tantas otras inquietudes técnicas. Ahora las relaciones interpersonales crecen y se desarrollan como un nuevo ser, un ser pluricéfalo, suma de fuerzas y de pensamientos, de convicciones y vivencias. Aquí termina el ciclista y comienza la persona, donde la verdadera calidad humana de cada uno se revela y todos, mutuamente, crecemos en una dimensión más completa, donde nos enriquecemos los unos a los otros.
Y ahora toca abandonar la metafísica para volver a agudizar los sentidos. Nueva bajada veloz, rápida, técnica y de placer estético. Un objetivo para mí es conseguir la estética en los descenso, ya que, nos lo creamos o no, la belleza visual en lo que hacemos los ciclistas es también perfección técnica. Nueva oportunidad para seguir aprendiendo y para seguir poniendo en práctica el funambulismo que requiere descender en el límite entre la prudencia y el riesgo, fina cuerda sobre la que hacer rodar la bicicleta. Caminar en ese hilo tan delgado y no caer al precipicio es mi pretensión. Pongo sobre la mesa los principios más universales de la física newtoniana para situar siempre en equilibrio la palanca sobre la que se apoya mi vida. A un lado de esta máquina simple sitúo la vida y en la otra la muerte. En medio, las dos ruedas de la bicicleta, en horizontalidad, cada una a un lado, autocorrigiéndose como un servosistema pensado para perdurar en esa condición de forma automática e indeterminada en el tiempo.
Llegamos a pie de puerto. Tercera dificultad: Port de Bales. Llevo bien apuntado que el primer kilómetro es rompedor, ya que tendremos que ascender una parte inicial marcada por encima del 10%. Por curiosidad miro el visor del GPS y veo terroríficos datos, como un 17% de pendiente. Esta circunstancia persiste y permanezco encima de la bicicleta sin ánimo de buscar una buena cadencia ni un máximo rendimiento en el esfuerzo. Lo que hago es mantenerme en equilibrio, pedalear lo justo y necesario para continuar encima de la bicicleta sin caerme, sea sentado, sea plantado, pero avanzando a la mínima velocidad posible para no caer al suelo y seguir ascendiendo. Cuando me levanto no lo hago para incrementar la velocidad y lanzarme con inercia, sino más bien para cambiar la postura y descargar las piernas de tanta tensión muscular. Hay que decir que la zona lumbar sufre en situaciones así, dada la inclinación que hay que tener para mantener el centro de gravedad entre las dos ruedas. Mientras voy sentado, me veo obligado a echarme hacia ddelante, cerca del manillar y ayudándome del peso, de la espalda, de todo lo que me pueda servir en la tortuosa pedalada que me de el avance. Muy duro este tramo, teniendo en cuenta que estamos subiendo el tercer puerto y no estamos precisamente frescos y descansados. Me pasan casi todos. Detrás sólo quedan dos ciclistas veteranos, el de Miranda de Duero y el de Burgos; ellos van a su ritmo, muy por debajo de los jóvenes que me han superado los primeros metros sin despeinarse y a los que he perdido ya de vista a pesar de la dureza de las pendientes. Con los de atrás, Montse, como siempre en cola, pero con voluntad de hierro. Es dura esta mujer, al igual que sus acompañantes, que no pierden la fe en sus posibilidades de completar esta Pirenaica. La visión que tengo delante es extraordinaria, un reguero de ciclistas retorciéndose y avanzando, tal vez, más lentamente de como lo haría una persona a pie. Lentitud y esfuerzo al límite en el grupo es la mejor descripción de esta imagen. La mayoría, en Bailón, como se suele decir. Combino ambas posturas, consciente de que si hago mucho tramo plantado el cardio subirá, y no quiero consumir tanta energía. Sigo con la idea de avanzar lentamente, sin prisas, que ya pasará este primer kilómetro y, entonces, podré plantear una estrategia más ambiciosa, más de acuerdo con una subida dentro de los límites de lo soportable. No tengo nada en contra de trazados tan duros como el que paso en este momento, pero requieren un esfuerzo sobrehumano en condiciones de competición. Para el cicloturista, que teóricamente no compete, debe dedicarse exclusivamente a pasar con un suficiente de nota esta prueba de esfuerzo. Así, al menos, me lo planteo yo. Un trámite que hay que superar de la manera más digna posible, pero bien lejos de cualquier ambición por hacer tiempo o adquirir una velocidad concreta. Para mí, la línea que define las pendientes duras de las asequibles es el 10%, y este kilómetro está al 11%, según la altimetría que nos han facilitado. Esta medida de pendientes representa la media del kilómetro entero, con la característica de que en este caso las pendientes más duras están justo al principio. Si fuera un 11% constante, quizás el pasaría sin más dificultad y un poco de concentración, pero es muy irregular al principio y se repiten las rampas al 17% y 18% de forma casi metódica. Esta circunstancia durará unos quinientos metros y luego suavizará. Esto quiere decir que bajará de golpe del 10% y la tensión muscular, además de la postura, notará el descanso.

Así es. Prueba superada. De pronto las pendientes se hacen soportables. El segundo kilómetro está alrededor del 8% y bajando. Luego, pasaremos a una fase constante de tres kilómetros al 6% y un tramo central del puerto al 2%, a lo largo de tres mil metros más. Con esta progresión, donde las pendientes han pasado de super-duras a soportables y muy suaves después, he avanzado en cadencia, conexión cardio-metabólica y, finalmente, me encuentro avanzando a la mayor parte de los compañeros. En un tramo de descansillo, algunos me dicen que no soy el mismo que arrancó hace tres días en el Valle de Roncal, prudente y escondido entre los corredores, discreto y temeroso. Ahora me ven fuerte, enérgico, desvergonzado, más ágil y rápido que los días anteriores. Pantani se empareja conmigo a lo largo de lo que quedará de trazado. Él fue mi liebre en la escalada al Tourmalet y ahora es mi compañero, mi pareja, mi escolta. Interiorizo, mientras subimos a buen ritmo, que he hecho metamorfosis, que algo ha cambiado en mi metabolismo, a mi renovación celular, en mis procesos internos de reciclaje del lactato, en mi producción de los fluidos cerebrales. Así es, algo me empuja a subir un escalón más en mi condición como ciclista.
Soy otro, o mejor dicho soy el mismo, pero en una versión superior, más actualizada, mejor adaptada al medio donde ahora interactuo. Biología, ciencia, metafísica, religión, todo confluye en un estado de exaltación de la vida propia, del deporte y de los efectos que tienen sobre mí estos días de ciclismo pirenaico. Mi colega, ya compañero y amigo después de todo este tiempo, comparte conmigo conversación e inquietudes mientras seguimos avanzando. Es un muchacho inquieto, nervioso, alguien de quien deduzco que si no hubiera sido ciclista, habría sido corredor, y que si no se hubiera dedicado a quemar las energías sobrantes con esta actividad deportiva, quizás dedicaría los fines de semana a salir hasta la madrugada con los colegas. Me parece alguien que ha sabido canalizar su metabolismo acelerado en el ejercicio físico intenso, como es el caso del ciclismo. Poco después de pensarlo, me cuenta que en invierno no hace bici, sino que corre. El suyo es un buen sistema para no perder condición física en los meses invernales. El día se hace más corto, las condiciones climáticas son adversas, por lo que abandona la bicicleta para practicar la carrera a pie. Medio año corredor, medio año ciclista. Una buena estrategia para evitar la frustración que sufrimos algunos ciclistas cuando las circunstancias del crudo invierno no nos permiten coger la bici.
No todo es conversación, dadas las nuevas dificultades que nos esperan en el tramo final. Los últimos cuatro kilómetros son al 7'5%, así que es mejor callar y concentrarse. Estoy en la típica situación donde el cuerpo me pide más esfuerzo y más intenso, si cabe. Y me encuentro, nuevamente, con el conflicto entre instinto y conciencia. Si éste fuera el último puerto, no dudaría en hacer caso a los instintos más básicos y dejarme llevar por el incendio que está produciéndose dentro de mí. Tengo la sensación de tener en el interior una barra de uranio 237 enriquecido, una bomba atómica a punto de explosionar. Como en una central nuclear, libero la energía del núcleo de forma controlada, para evitar deflagrarme. Tengo que hacer autocontrol, porque más allá me espera Superbagnères, un super-puerto, un clásico del que no puedo prescindir. Tienes que reservar, Pantera -me dice la mente consciente. Oculta las garras y espera a más adelante para atacar la presa y sacarle la vida. Un buen felino sabe esperar el mejor momento para conseguir su objetivo. Mi momento está próximo, la víctima no queda lejos
La cosa se pone seria y dejo ir mi compañero. Termino estos últimos cuatro kilómetros a ritmo de fondo, como es habitual en mí. No puedo decir cuáles son las pulsaciones que llevo en estos momentos, ni cuáles han sido las que he llevado en ningún otro puerto de la Pirenaica. Decidí, dos meses antes de mi participación en este evento, eliminar del visor la información sobre el ritmo cardiovascular. Es una decisión personal que poco tiene que ver con las teorías sobre el entrenamiento, ni siquiera se trata de un consejo dado por nadie sobre la mejora del rendimiento, ni se trata de una prueba piloto sobre los efectos de la desaparición de esa dato para un ciclista, siempre tan amigo de las informaciones cuantitativas sobre todo lo que tiene que ver con su deporte. En mi caso, quiero simplemente una experiencia en base a las sensaciones, sin estar preocupado por la zona de esfuerzo cardiovascular donde me encuentro en cada momento. No quiero estar pendiente de eso, sino estar bien atento a la percepción del entorno, de esa información no cuantificable que me aporta el cuerpo y que el cerebro interpreta en cada instante. Quiero dejarme llevar por la continua comparativa entre los datos externos (ambientales) e internos (metabólicos), sin más valoración que la instantánea y en base al conocimiento previo del trazado de cada jornada.
Y llego arriba. Y me enamoro más profundamente aún de este espacio natural único. El tiempo acompaña. No quiero pensar cómo debe ser hacer estas escaladas con tiempo adverso o tratar de avituallarse sin protección en una eventual tormenta. Afortunadamente, no ha ocurrido todavía y disfrutamos de momentos como estos en su máxima expresión.
La bajada la tenemos que hacer por la misma cara que hemos subido, por lo que probaremos ahora la otra cara de la misma moneda. Las duras rampas serán ahora trepidantes tramos de descenso, los kilómetros centrales una suerte de pedaladas de gran avance y las curvas donde lo he dado todo en subida se convierten en un semicírculo descendente que trazo aerodinámicamente. Llegamos ahora a Bagnères de Luchon, antigua villa arraigada en el pasado, su propio pasado. Me sorprenden las edificaciones, propias del siglo XIX o principios del XX. No estoy seguro de si es una ciudad fantasma donde el tiempo no pasa y donde los habitantes viven apartados del momento presente. Fachadas y materiales de construcción rememoran tiempos donde esta localidad, presupongo, vivió su esplendor. ¿Chovinismo? Los franceses lo son, pero no sé si se trata de una mera apariencia externa o si se corresponde con una particular negativa a evolucionar. Libre decisión ésta, loable también. No discutiría a nadie la decisión de mantenerse imperpetuo en el tiempo y abandonar el tren de la evolución hacia la modernidad interminable que no lleva a ningún destino feliz, sino a una mayor esclavismo del individuo hacia el sistema que lo controla todo. Decisión libre para bajar del tren en su parada y no volver a subir.
Superbanyères me espera imponente y silencioso. Cuando la organización nos propone un eventual descanso en el hotel para quien no tenga ya fuerzas, yo sólo miro hacia arriba. Veo la carretera que abandona la ciudad desde el parque donde hacemos el avituallamiento líquido. Es el camino a un final incierto. Más incierto cuanto más se eleva hacia el cielo. Es la proyección de un objetivo de extrema dureza. A estas alturas de la etapa llevamos ya más de 2200 metros de desnivel positivo en escasamente 75km. Esta mole se defenderá con 1200 metros más de ascensión vertical a lo largo de 19km de trazado, de forma que sumaremos aproximadamente 3400 al final de la etapa. Es incierta la reacción de mi organismo a esta desproporcionada propuesta. En todo el año nunca he hecho más de dos etapas consecutivas con 2000 metros de acumulación positiva en altitud y hoy es ya la cuarta etapa sin bajar de ese valor. Las características del recorrido de hoy se parecen al de la Irati Xtrem, donde con 128km se ascienden 3500 metros, más o menos. Ahora, sin embargo, tendremos que hacerlo con una menor distancia, dado que la etapa termina con 115km. Esto quiere decir que la inclinación de esta etapa es superior a aquella exigente marcha donde participé el año anterior. Recuerdo cómo fue de dura. Deduzco de estas apreciaciones sobre distancias y desniveles que hoy terminaré reventado... si es que llego a la cima de Superbanyères. Me expongo a esta temeridad con dudas, tensión, autocontrol, incertidumbre y máxima concentración. Estas palabras definen perfectamente mi estado de ánimo.
Comienza la cuarta escalada. El inicio del trazado es sencillo. Carretera bien asfaltada, sinuosa y con un poco de tráfico. Poca pendiente. Los primeros dos kilómetros caen rápido, a pesar de no ir a tope. Llevo una relación de transmisión alta, pero con el plato de 34 dientes. Sé que podría forzar en el tramo inicial, pero también sé que podría pagarlo después con una eventual fatiga cuando más pueda necesitar el glucógeno muscular, cerca de la cima. Eso sí, ruedo con buena cadencia, probablemente a 80 revoluciones por minuto. Sé que poco a poco se irá endureciendo el puerto, así que avanzo sin prisa por no agotarme. A partir del tercer kilómetro la carretera se vuelve irregular. Se alternan tramos de poca pendiente con rampas muy duras en torno al 10%. El resultado es que no puedo mantener un ritmo continuo, y lo que parecía ser una progresión de menos a más acaba siendo una consecución de duras sorpresas intercaladas con tramos suaves. Irregularidad, por lo tanto, a partir de ese momento. La altimetría marca un 7% entre los kilómetros 3 y 4, resultado de estas repentinas variaciones en la pendiente, alternando zonas al 3% y otras al 11%. No dura mucho esta circunstancia, especialmente cuando abandonamos las zonas habitadas próximas a la localidad de Luchon. Vienen ahora tres kilómetros más que rondan el 4,5% y las piernas lo agradecen, ya que piden a gritos regularidad y constancia en el esfuerzo. Me sorprendo a mí mismo habiendo superado ya 7 kilómetros de forma bastante rápida, lo que es una buena noticia. Entro ahora en el tramo central de la escalada, ese espacio perdido donde el ciclista suele abandonarse a los pensamientos más etéreos. Ni yo mismo sé qué pienso en este momento. Posiblemente nada, probablemente mi cerebro no es plenamente consciente mientras el organismo trata de gestionar este nivel de esfuerzo; quizás trata sólo de mantenerse vivo con las mínimas órdenes nerviosas que me mantengan en equilibrio encima de la bicicleta y avanzando a un ritmo que, por cierto, no llego a saber analizar. Esta situación de semi-consciencia calculo que me ha venido encima a partir del kilómetro 7 y empiezo a sentirme abandonado. De pronto, como si la motivación hubiera caído al suelo, tengo la sensación de que soy un mal ciclista y que no sé enfrentarme a retos como éste con la plenitud que merece.
He perdido la fe -pronuncio entre dientes en una repentino advenimiento de conciencia. Sí, casi se podrían haber escuchado mis palabras si algún ciclista hubiera estado a mi lado. No hay nadie para escucharlo y casi mejor que no. Me lo guardo para mí. Esta es mi cruz. Algo habré hecho mal en la vida, algún pecado imperdonable habré cometido para sufrir esta penitencia. No es la primera ocasión en la que me ocurre una reacción así. El tramo más duro de un puerto largo, para mí, es habitualmente el central. Demasiado tarde para volver atrás, demasiado pronto para ver el final. Es fácil perder la motivación cuando no visualizas la meta y sabes que aún queda mucho por recorrer. Con este desánimo y esa sensación de abatimiento inexplicable, me aplico la filosofía que siempre me ha funcionado: cuando estés cansado, sigue pedaleando; cuando te lamentes de tu estado físico, sigue pedaleando; cuando pienses que no puedes más, sigue pedaleando; sigue de cualquier modo, que lo más importante es llegar; el tiempo y la velocidad son valores terrenales, meros datos matemáticos; lo más valioso es la fuerza de espíritu, la perseverancia, la tenacidad, la voluntad, saber sufrir; estos son los valores que hacen campeón al ciclista anónimo, que elevan su alma por encima de cualquier superficialidad. Sí, así es; mientras me lamento, pedaleo y así avanzo, y así estoy más cerca de la meta. Sigo lamentándome, sin fe, arrastrándome por el asfalto con el impulso que me da el amor propio, que es el único que me queda; después de eso, sólo quedará dejar de pedalear y poner pie a tierra, por lo que espero tener mucho amor propio y quizás también de orgullo. El orgullo de aquel que se propone un reto y se sentiría decepcionado consigo mismo de no superarlo. He vivido muchas como esta y no abandonaré. Aún recuerdo La Huesera , en la subida a Los Lagos. También me viene a la memoria la Carrasqueta, con más de 45º de temperatura en el Tour del Juguete. Tantas y tantas ocasiones donde me he quedado atrás en la grupeta, incapaz de seguir la rueda de mis colegas. La escalada en Larrau , puerto final de la Irati Xtrem, donde sólo me quedaban fuerzas para mantenerme en equilibrio y no caer como un plomo extendido en aquel asfalto desgastado y deshecho como mi alma. O la infernal carretera que sube al Xorret de Catí en aquel día de verano. Y siempre me he superado y he llegado al final. Siempre he cruzado la meta. Esta ocasión no puede ser distinta.
Miro el GPS y calculo que habré completado unos 14 kilómetros. Los dos próximos tienen una media del 9%. Pero algo tengo dentro que me da ánimos. Muy dentro de mí voy recuperando paulatinamente las sensaciones, el placer por el ciclismo. Creo que la influencia positiva proviene del paisaje, ya que la visión de estas montañas sin árboles debido a la altitud me dicen que estoy más cerca de la cima. Por otro lado, siempre me he sentido especialmente atraído por los paisajes de alta montaña. Espacios abiertos de radicalidad extrema. Piedra, tierra, césped, nada más. Ahora, la luz y el sol que teníamos abajo es invadida por las nubes y pronto podría empezar a llover. No estoy seguro, la previsión no daba lluvia con certeza. Cada vez más arriba y más oscuro, más viento, más niebla. No es niebla, me equivoco, es la nube donde me acabo de adentrar; una nube, fruto de la condensación del aire que proviene de la otra cara de la montaña. Impresiona sentir el aire húmedo y ser acariciado por un viento gris y mojado. Esta acumulación de factores ambientales me despiertan de la especie de depresión mental que había estado sufriendo anteriormente. Un nuevo resurgir, nuevamente el ave fénix toma el vuelo y sigo dibujando círculos con los pedales; círculos imperfectos, ineficientes, pero que me permiten seguir subiendo. ¡Arriba! Hacia arriba de forma irregular, torcida, zigzagueante, en postura deforme, desequilibrada. Sí, soy consciente, mas no tengo otra manera de seguir. Estos últimos kilómetros son un acto puro de supervivencia. Abandono la biomecánica y el estilo para ocasiones más favorables. Es curioso, pero a pesar del desastroso estilo de escalada que muestro no me siento incómodo y creo que sobre la marcha he adaptado el organismo al trabajo en situación de crisis continuada, de degradación celular casi irreversible.
Viene alguien por detrás. Se trata de Fabio, el ragazzo italiano. Hablamos un rato. Pocas palabras, pero suficientes para sentirme acompañado. Le digo que pase delante, que no hay problema. Que vaya a su ritmo, que no quedarán más de un par de kilómetros. Pero es que no puedo -contesta él. Es verdad. Lo he observado y creo que lo ha dado todo para llegar a mi altura. Ahora, prefiere mantenerse a mi lado. Tiene un estilo clásico: es un ciclista potente que aplica un fuerte trabajo muscular, al viejo estilo, con poca frecuencia de pedaleo y alzándose del asiento a menudo. Me gusta verlo; es como un viaje al pasado, cuando los ciclistas eran todo pundonor, fuerza y potencia; cuando no se calculaba el esfuerzo, cuando ninguno especulaba con los resultados y lo daban todo en cada etapa ... en cada puerto. A falta de un kilómetro el paisaje es épico. Sólo veo unos metros adelante debido a la niebla, lo suficiente para avanzar con seguridad, mientras el viento sopla lateralmente y transporta sobre mí una nube densa que me baña de la cabeza a los pies a causa de la acumulación de minúsculas partículas de agua sobre mi piel y el tejido del equipaje del Euskaltel-Euskadi. No llueve, aunque me siento frío, y es que la sensación térmica puede estar ahora mismo por debajo de los 10º centígrados a casi 1700 metros de altura. Soy mediterráneo y estas sensaciones son inusuales para mí en pleno mes de agosto, cuando en mi tierra el sol se muestra omnipresente y esplendoroso cada día. Aquí, los cambios en las condiciones climatológicas son algo habitual y hacen muy atractiva esta aventura. Intuyo la cima, dadas las construcciones que aparecen. Aquí arriba hay una estación de esquí, por lo que estamos llegando. vedo la fine, Fabio! -grito. El italiano se ha quedado atrás, distanciado unos 20 metros. Lo veo brumoso, es una imagen borrosa, fantasmal; viene hacia mí sin abandonar su estilo. Creo que lo he dejado atrás por el empuje que me ha dado intuir la llegada a la cota, nuestra meta. En efecto, ya estamos. Entro en el aparcamiento de la estación y veo la furgo de la organización.
He vuelto a creer -pronuncio mientras miro a los amigos de la organización que me ofrecen bebida y un plátano. Me miran extrañados, y con una sonrisa intuyen que las he pasado putas. Venga, Abrígate, que hace frío -dice Txus. Le hago caso: chaleco, manguitos e impermeable. Vuelvo a caer en la tentación de mirar los datos del GPS. Los cálculos que había hecho son ciertos: en sólo 94km hemos ascendido una suma de 3400m. ¡Una etapa radical por su topografía! Queda el descenso, que puede ser bien peligroso, si contamos con la longitud del puerto y la probabilidad de precipitaciones, además del viento que en algunos momentos nos dará de lado. Tendré que empezar suave, mientras la visibilidad sea baja debido a la niebla. En mi caso el viento es el mayor peligro, el peor enemigo, ya que mis proporciones físicas hacen que mi centro de gravedad sea muy alto y esté más expuesto a esta inclemencia. Precaución, como siempre; buscaré el riesgo en otros momentos, cuando las condiciones climatológicas lo permitan. Me siento feliz mientras bajo por esta carretera; orgulloso de lo que he hecho. No me acabo de creer que haya superado esta etapa después de cuatro días, y con esta plenitud. Estoy mejor que los primeros días. Analizo la crisis que he tenido en el tramo central de la subida y llego a la conclusión de que la mayor dureza de este deporte es la batalla mental contra uno mismo. No se encuentra el ciclista tan lejos del monje tibetano en su meditación de lo que se podría pensar. Hay que meditar y focalizar la atención en un punto, en una idea, en un objetivo y centrarse en eso, apartando del campo visual y de los procesos mentales todo lo superfluo. Así es. Así se escala Superbagnères, en estado de elevación meditativa.




Cuando me aproximo el pueblo de Bagnères-de-Luchon me dedico a observar a la gente que pasa y los ciclistas con los que me cruzo. Me llama la atención que muchos no llevan casco e incluso veo uno que lleva boina. El chovinismo francés de esta zona no se queda sólo en las características constructivas de los edificios, que me recuerdan los finales del siglo XIX y principios del XX, sino que los mismos ciclistas tienen un estilo propio, distinto del resto. Hay amor por este deporte y esto se evidencia en la decoración de la casa consistorial, perfectamente engalanada para la edición de este año del Tour, además de los motivos relacionados con el ciclismo que se pueden encontrar en cualquier rincón. Hace dos semanas, más o menos, han dormido aquí los mejores ciclistas del mundo y puedo casi respirar el ambiente que hubo aquí, una fiesta nacional.


7 DE AGOSTO. QUINTA ETAPA: Luchon - Lourdes


Hoy nos levantamos de madrugada. La previsión meteorológica, que lleva loca a la organización, da lluvia para nuestro recorrido a partir de las 11h. Sería arriesgado salir a las 9h, como es habitual, así que nos levantamos a las 6, a fin de estar preparados a las 7:30h y aprovechar así las primeras horas. Está todavía oscuro. Oigo la lluvia. Sí, es una fuerte tormenta que me hace dudar sobre lo que pasará hoy. Antonio, mi compañero de cuarto, y yo decidimos bajar al comedor de este envejecido y descuidado hotel para desayunar. La pereza me supera, pero empujado por el ánimo de Antonio, bajamos. Está todo el mundo. Desayunan como si no pasara nada. ¿Aquí nadie descansa? -pienso yo. ¿Nadie ha pensado en quedarse en la cama como yo? A veces pienso que nos convertimos en máquinas biológicas que de forma automática desayunamos cada mañana. No podemos tener hambre, es imposible, pero nadie deja pasar la oportunidad de hacer una comida bien surtida. Me sorprende la capacidad de algunos para tragar tanta comida apenas levantados de la cama. Yo, como en tantas cosas en la vida, me mimetizo y trato de pasar desapercibido. Como sin hambre, mastico cansinamente. Voy despertando poco a poco mientras me alimento e inicio las primeras conversaciones del día, hoy sobre el tiempo y el serio peligro que corremos de no poder completar esta etapa. No vale la pena pensar más. El tiempo dirá. Nos lo tomaremos con filosofía. Que Dios decida.
Nos organizamos en la habitación como un día normal de bici. Nos vestimos con el equipaje y cerramos la maleta. Bajamos a recepción y devolvemos las llaves. Conversaciones, intercambio de fotografías con los móviles, compartición de estado en los perfiles de Facebook e intercambio de opiniones sobre mecánica y moda ciclista. Dejamos pasar el tiempo. Ya no oigo truenos.
Entramos en el almacén donde están guardadas las bicicletas. Las sacamos fuera y miramos al cielo. Ya no llueve. Está aclarando el día. En poco más de hora y media hemos pasado del diluvio universal a una mañana perfecta, con un cielo que comienza a tintarse de azul. Le comento a Biktor que llevamos la estrella, que allí donde vamos sale el sol. Salvamos la lluvia la primera etapa, buscando la vertiente sur de las montañas, ayer no se cumplió la amenaza de tormenta en la bestial escalada que redondeaba la etapa y hoy, lejos de lo que decían las previsiones, el episodio de precipitación se ha avanzado a la madrugada. Suerte, estrella, buenos augurios. Llamémosle como queramos, pero si completamos todas las etapas sin habernos mojado, habremos sido el único grupo de los cuatro que han venido a hacer la randonné francesa que no habrá sufrido ninguna precipitación.
Empezamos la etapa volviendo sobre nuestros pasos. Subiremos primeramente Peyresurde por la cara de poniente, que fue ayer nuestro descenso para acceder a Luchon. Una buena oportunidad para conocer completo un puerto, habiéndolo atacado por las dos caras. Será el puerto más largo del día, con 14'5km. Presenta un desnivel de 950m y un coeficiente de dureza de 201. Otro de aquellos coles franceses que merecen respeto por la distancia y el desnivel acumulado. Los cuatro primeros kilómetros alternan pendientes de entre el 3% y el 6%, por lo que son asequibles y permiten iniciar los procesos de oxigenación celular de forma adecuada y progresiva. Servirán también para reciclar el lactato que pueda quedar acumulado en la musculatura como recuerdo del día de ayer. Son estos unos kilómetros para la conversación distendida y de bromas. Formamos una buena grupeta, numerosa, multicolor. Alguien me pregunta por qué llevo los colores de un equipo vasco si soy valenciano, mientras se dirige a mí como extraña mezcla eusko-valenciana. Explico a los compañeros curiosos que como ciudadano soy valenciano, pero que como ciclista soy euskaldun. El equipo naranja ha sido para mí el último equipo ciclista en el sentido más completo y más tradicional. Hoy por hoy, han desaparecido las naciones y los países en el ciclismo por equipos. Se representa el pagador. Se ganan las etapas para él. Los ciclistas ya no llevan la bandera de su país. Por otra parte, no me siento especialmente orgulloso de ser valenciano en las circunstancias socio-políticas actuales, por lo que tampoco luzco ningún maillot que represente las tierras valencianas. Porto con orgullo, para el recorrido de hoy, el equipaje de la Pirenaica. Los Pirineos, en cierta forma, son mi patria ciclista, el lugar donde me encuentro a mí mismo, el lugar que visito cada vez que puedo para demostrarme a mí mismo que puedo hacer más, ir más lejos, elevarme aún más y superarme como persona en el sentido más completo. Aquí pongo en práctica la solidaridad y el esfuerzo en su máxima expresión, valores tan denostados en el ciclismo profesional actual.
Tras dejarles claro a los compañeros cuál es mi nacionalidad ciclista, hacen sorna sobre la corrupción y los corruptos valencianos que han salido a la luz últimamente. Se me hace difícil hacer ningún comentario, dada la vergüenza que siento al ver que no tengo ninguna defensa como valenciano. Me siento orgulloso en esencia de mi patria mediterránea, pero no puedo rebatir a nadie la certeza de que somos el peor ejemplo de sociedad que pueden tener el resto de españoles. Me Estáis hundiendo en la miseria -replico en cierto momento. Ríen todos y continuamos la marcha para tratar otro tema que cumplimente este tramo suave de subida, donde el nivel de esfuerzo es tan bajo que permite la conversación distendida. Lo estamos pasando bien. Somos un buen grupo. Sufrir juntos une, pienso yo. Hacer tantos kilómetros, durante tantas horas, acerca las personas.
Ha salido el sol y proyectamos una sombra alargada sobre él suelo mojado. Noto su calor, mezclado con la humedad del ambiente. Otro de esos momentos de pura felicidad y apacible práctica ciclista. Los ciclistas más potentes han salido como una exhalación. Se les ve muy lejos, pero todavía se mantienen a la vista. Son tres, unos máquinas insuperables. Hoy tengo tanta confianza en mí mismo como en la jornada de ayer, incluso diría que más todavía. He asimilado bien estos días de ciclismo y me veo capaz de completar la Pirenaica sin dudas. Sólo una fatalidad podría apartarme de este cometido. Entramos en el tramo de pendiente casi constante que nos llevará hasta arriba y que está entre el 7'5% y el 8%. Son ahora 10'5km donde habrá que abandonar la palabrería y ponerse el mono de trabajo. Yo, a rueda de Biktor, que es un hombre con mucho sentido común. Tiene un pedaleo constante, suave, sin altibajos. Nunca exige el máximo a quien lo acompaña, pero tampoco va parado. Sin embargo, detecto que hoy ha pasado algo, algo que no me cuadra. Este muchacho, en quien yo confiaba plenamente para llegar arriba sin ningún susto, ha incrementado el ritmo. Lo ha hecho sin marcar la jugada, dado que no he sido consciente de la situación hasta que he notado que el sistema cardiovascular se me ha puesto al máximo rendimiento. La velocidad ha ido incrementándose de forma progresiva y me veo solo a su rueda. Ya decía yo que estábamos en silencio... Está claro que vamos fuerte, bien fuerte. Tengo dos opciones: abandonarlo y esperar al grupo que viene detrás o seguir y ver qué pasa. El estado de auto-confianza me lleva a seguirlo. No me lo había propuesto al inicio del Peyresurde, pero me parece que esta será la escalada más rápida que haré en estos días. Concentración, biomecánica, pedaleo redondo, postura agresiva, respiración. Ensamblo todos estos factores para seguir inmerso en este ritmo tan duro. Sigo a rueda y tengo la impresión de que estoy acercándome al umbral anaeróbico. Si es así (no llevo la cinta de cardio), estaré sobre las 180 pulsaciones. ¿Es una imprudencia seguir a este nivel de esfuerzo en una prueba de resistencia como ésta? Soy consciente de que hoy volvemos a hacer cuatro puertos. Sé, también, que éste será el más largo de la jornada y que en algún momento me tenía que probar a mí mismo, que había que buscar, inevitablemente, mis límites; ahora no se trata de supervivencia como en el Hautacam o el Tourmalet, sino más bien de mi capacidad para sostener un ritmo competitivo durante una escalada de este tipo. Una nueva prueba. No he venido aquí a reservar -me digo-, sino a aventurarme más allá del umbral, más allá de los límites, más allá de la frontera nunca traspasada. Tengo la sensación de que volamos. Me siento con plenas capacidades para seguir así hasta arriba, rodando fuerte e imprimiendo una potencia sobre el pedal muy por encima de la media de estos días. No me esperaba esta situación, pero creo tener la capacidad para adaptarme al imprevisto de ir a la caza del grupo de cabeza. Sé que es eso lo que busca Biktor. Lo veo, va a tope. No habla ya. En algunos momentos se planta para imprimir más y más potencia. Llevamos un buen desarrollo. Nada de corona grande del 28. Ahora mismo estoy moviendo un 22 y note como la inercia me lleva arriba con una fuerza inusitada. A falta de unos tres kilómetros para la cima hemos contactado con los euskaldunes (tal y como les digo yo). No puedo creerme que esté aquí y ahora con estos figuras. Mi nivel no es ni mucho menos el de ellos, así que me agobia la perspectiva de formar parte de este grupo de extraterrestres, aunque sea por unos minutos. Su superioridad se proclama cuando veo que son capaces de hacer algún comentario, mientras que yo ya tengo suficiente con mantener una respiración acompasada y evitar que mi organismo entre en anaerobia. Me sorprende también estar ya tan arriba. Hemos hecho casi 12 kilómetros en un santiamén y casi no he sido consciente. Queda ya el final. Voy haciendo cálculos. Nivel de esfuerzo, cadencia, ritmo cardíaco, postura... Y dejarme llevar por el cuarteto que tiene la iniciativa. Dos kilómetros para el final y seguimos igual. Fuerte, muy fuerte. Sudo hasta quedar mojado de arriba a abajo. El sudor me produce cierto escozor en los ojos y mi nariz gotea casi a chorro. Rozo el umbral anaeróbico. Busco insistentemente la eficiencia en cada movimiento. Giro el pedal lo más redondo posible. Evito el óvalo. Evito el pedeleo a golpes en el arco descendente. Tengo que aprovechar todo el círculo de giro y hacer intervenir todos los músculos que puedan ayudar. Me tengo que concentrar en las dos ruedas que tengo delante. Meto mi rueda delantera justo en medio de ellas. Mis amigos galgos tiran de mí con una especie de cuerda psicológica que me hace avanzar como nunca lo he hecho antes. He dejado de ser un conservador. Me he transformado.
Falta un kilómetro para el fin y reconsidero la situación. Estos txicarrones del norte son duros, le pegan bien duro y yo estoy al límite. El pensamiento analítico entra en proceso lógico y me recuerda que la Pirenaica no termina aquí. Ni siquiera termina aquí la etapa de hoy. Llevo mucho tiempo oxidando las células gratuitamente y sin ninguna necesidad. Me he visto envuelto en una batalla que no es la mía. Debería reservar fuerzas para más adelante. El exceso de confianza me puede llevar al desastre en algún momento del día. Esto no es una carrera. Afloja, Pantera -me digo. Si bajo el ritmo durante el último kilómetro de la escalada llegaré al avituallamiento más relajado y habré ido bajando el nivel de esfuerzo progresivamente. Es lo que más le conviene a mi corazón. No soy un joven de veinte años. Un final más relajado será la mejor manera de ir recomponiendo la conexión entre el sistema cardiovascular y las piernas. Tengo que llegar arriba en estado de homeostasis. Condición interna estable. Metabolismo en equilibrio. Regulación de la temperatura corporal. Oigo un "venga, que no queda nada!" de parte de uno de mis compañeros de furia escaladora, pero no le hago caso, a la vez que agradezco el detalle. Abandono finalmente la vena competitiva y termino pausadamente el puerto, haciendo las dos últimas curvas a ritmo suave. Reduzco paulatinamente el nivel de esfuerzo. La percepción del entorno es ahora otra bien distinta, más contemplativa. De hecho me da tiempo a leer Pinot, Allez, Peraud y tantas y tantas pintadas más, impresas por los aficionados durante el último Tour de France. ¡Qué paisaje! ¡Qué día! Una vez más me maravillo por el privilegio de estar aquí y ahora. Agradezco al big bang la oportunidad casual de haberme conducido a este punto del universo y con la conciencia suficiente de la realidad que me rodea como para disfrutar del éxtasis. Sé que sólo soy una suma de coincidencias en confluencia, una imprevisible creación fruto de la ordenación de la vida en la Tierra, pero tengo la suficiente inteligencia para valorar un momento excepcional como este. Un milagro involuntario de la creación. ¡Gracias, caos universal!
Corono el puerto tranquilo, lentamente, como si no quisiera que pasara el tiempo ni que terminara la escalada. Si bien la gran explosión que generó la vida fue una especie de caos, ahora estoy restringido a la simple y terrenal física newtoniana. Pasa el tiempo, recorro espacio, llego a la cima. Cada instante es único, pero no lo puedo repetir. Tengo que asumir que no puedo hacer de la felicidad de unos instantes una condición infinita. Bajo de la bicicleta y quedo en silencio, ya no estoy solo, están esperándome las liebres que me han llevado a las cercanías del agujero negro, donde el espacio y el tiempo se distorsionan y ni siquiera la luz puede huir. He sentido su influencia y la curvatura del espacio-tiempo. Casi me he visto absorbido. Ahora, devuelto al estado natural de las cosas, siento que vuelvo a la realidad de un ser limitado. ¡Casi hago podio! -bromeo con los amigos, que están ya atacando la comida. Hemos ido fuertes -dicen para empatizar con quien han visto como no podía seguir su rueda. Yo confiaba en ti, Biktor -le digo sarcásticamente, mientras él sonríe y reconoce que, después de cinco semanas en los Pirineos y Dolomitas, se encuentra con ganas de lanzar algún que otro ataque y así ponerse a la altura de los pros de la expedición. Loable, pienso yo. Después de cuarenta días, yo estaría muerto o transformado en super-guerrero del espacio.
Este descanso será largo, ya que llegar con los de delante implica más tiempo de espera. La temperatura es agradable y el sol empieza a imponerse en el cielo. El deseo de cualquier ciclista son las condiciones meteorológicas de ahora. Así da gusto quedarse aquí arriba; comida, charlar y hacer sociedad. Hay mucha gente que va tranquila y posiblemente tarden unos quince minutos en llegar. El GPS me marca 11'6 km/h de media. Bastante superior a las marcas del resto de puertos, donde he subido a ritmo de fondo y casi siempre la velocidad ha sido por debajo de la barrera de los 10 km/h. Guardaré este dato como referencia para una previsible visita al mismo col en años próximos. Para la bajada me pongo el chaleco y los manguitos. Aquí se puede sufrir mucho calor cuesta arriba, pero también mucho frío en las bajadas. En el primer avituallamiento me gusta comer sobre todo fruta carnosa y seca. Todavía no tengo sensación de hambre, así que estos alimentos me entran mucho mejor. Además, la asimilación de la glucosa de la fruta es rápida y los niveles de glucógeno se recuperan en poco tiempo. Ha sido más de media hora parado antes de comenzar el descenso, por lo que me encuentro del todo recuperado y con las mejores sensaciones.
La siguiente dificultad lleva por nombre Beyredes. Un col irregular y radical a tramos que se prolonga 10 km. Me explico: comienza con una pendiente media que supera el 10%. Esto quiere decir que hay alguna rampa del 15% seguro. Después suaviza durante 4 kilómetros, con pendientes medias que van del 2% al 7%; soportable. Luego viene la sección más exigente, que está formada por 4 kilómetros más, que comienzan en el 8'5% y continúa con un 13'5% para seguir con el 11'5% y el 10%. Sólo podremos relajar la musculatura los últimos mil metros, con medias del 4%. Definitivamente, un puerto de aquellos que por su poca longitud no están entre los más conocidos, pero que para mí significa una sola y sencilla palabra: trampa... Y la trampa se inicia con un radical cambio de ritmo, ya que después de haber ido bajando durante más de veinte kilómetros ahora tendremos que levantarnos inevitablemente del asiento. Inicio de puerto que rompe las piernas. Hay que tomarse con mucha calma las primeras rampas, dado que una vez pasado el primer kilómetro será más fácil regular, al menos hasta el quinto kilómetro de escalada. Me levanto, me balanceo, aprovecho el peso del cuerpo para ayudar en el pedaleo, bajo ostensiblemente la cadencia y, simplemente, supero la radicalidad de este kilómetro inicial a ritmo de fondo, aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Después de tantas dificultades en estos días de ciclismo no se me hace duro superar estas inclinaciones. Siento que el organismo está habituado y que está lleno de energía, por lo que es una cuestión de regulación de esfuerzo y de lectura de la situación con el fin de repartir la potencia durante toda la etapa en función de las características de cada momento. Llego pronto a la segunda sección de la ascensión, donde las pendientes serán amistosas, típicas, soportables y poco exigentes. En ese tramo busco inconscientemente el ritmo óptimo de pedaleo y de ejercicio físico. En ciclismo hay márgenes de esfuerzo que hay que calibrar, teniendo en cuenta qué aportación de energía necesitan, pero teniendo en consideración el tiempo necesario para desarrollar este esfuerzo. Trataré de explicarme: ir muy lentamente, tranquilamente, puede estar bien porque el consumo de energía es, teóricamente, el más bajo. Pero también hay que tener en cuenta el factor tiempo, ya que de esa manera estaremos más tiempo encima de la bicicleta y, por tanto, más tiempo consumiendo energía (y menos tiempo descansando). Por el contrario, si el nivel de esfuerzo es muy elevado, es verdad que consumiremos más energía por unidad de tiempo, sin embargo el tiempo invertido será menor. Dadas estas dos alternativas extremas, hay infinitas opciones entre medias. Es justo aquí, en medio, donde hay que buscar el punto óptimo en el que el consumo calórico acumulado sea el menor posible. Cada uno tiene sus características fisiológicas, su biología, sus estrategias y su condición física particular, y para cada momento concreto. Es un acto de inteligencia deportiva encontrar el punto ideal de equilibrio que optimice las escaladas en los puertos. Posiblemente sólo sea un acto básico de supervivencia que se adquiere a base de kilómetros, pero me gusta pensar que el cerebro tiene una importancia clave en el desarrollo deportivo del ciclista escalador.
Y estas cavilaciones las puedo mantener durante los tramos asequibles, como este que he pasado, porque pronto llega una parte donde se me hace difícil mantener una cadencia alegre, o un ritmo constante. Me he visto absorbido por la carretera de repente. Me he visto atrapado en el tramo más duro del puerto y se han acabado las divagaciones. Ahora toca ponerse a trabajar duro. Pasado el sexto kilómetro al 8'5%, llega el temido kilómetro al 13'5% de media. Está claro que estamos hablando de media. Las medias contemplan variaciones por arriba y por abajo; pues no sé muy bien por qué, pero tengo la sensación de que no baja en ningún momento del 15%, según la maldita pantallita del GPS. Este calvario durará 2 kilómetros. Los vitorianos me dicen, en un tramo donde vamos agrupados, que el Mortirolo es así durante 12 kilómetros, y sin descanso. Posiblemente, el puerto más duro que hay en los Dolomitas italianos. Una penitencia en toda regla. Si ahora sé que este insoportable trozo de carretera empinada es finito y eso me da cierta esperanza, no sé cómo será tener que escalar algo así durante más de 10km, sin descanso a la vista y sin poder bajar de piñón. Atrapado en la corona grande, sin más opción que esa, sin salida. Trato de multiplicar mentalmente por seis el tiempo que dura este martirio del Beyredes para visualizar cómo será (porque lo será algún día) el maldito día que ataque el infierno del Mortirolo. Superar pendientes de este tipo, sin embargo, tiene su cara positiva: cuando baja el porcentaje al 10% me encuentro cómodo, incluso. Y al llegar al último, donde escasamente indica un 4%, las piernas se alternan para hacer de la biela un molinillo y la cadencia aumenta a velocidad de vértigo. Un final visualmente espectacular que me demuestra, una vez más, que me compensa invertir tiempo y esfuerzo para disfrutar con toda su plenitud de estos parajes incomparables.
La imagen que tenéis arriba representa perfectamente el ambiente apacible que se vive al llegar a este paso de montaña. Los Hautes Pyrenees nos acogen con espacios de indescriptible belleza que os invito a visitar. Belleza y placidez como la de la bajada que afrontamos ya reagrupados y con el estómago lleno. Veinticinco kilómetros de agradable descenso hasta la localidad de Bagnères de Bigorre. Algún placer que no consigo explicar encuentro en los movimientos agrupados del ciclismo. Este largo trazado de carretera hasta la localidad mencionada, realizado en compañía, siguiendo la estela del ciclista de delante, ofreciendo mi protección al de atrás y completando todos juntos un dibujo sinuoso en nuestro tránsito por este espacio natural, hace de este cúmulo de movimientos grupales algo armónico en sincronía con la naturaleza, como lo hace una bandada de pájaros. Algún placer inexplicable me da esa sensación de formar parte, de ser uno más, participando de este trazado casi geométrico sobre la calzada. Las matemáticas y la física unen fuerzas para dibujar las ondulaciones más bellas que nunca he visto, que nunca he podido trazar. No hasta ahora, donde he adquirido una especie de estado telepático que me inserta en el pelotón con una fluidez impropia de mi limitada persona. Confluyen en mi cerebro los procesos de cálculo que combinan el control de la velocidad, la distancia, la inclinación, la aceleración, la observación de las incidencias, la biomecánica y un largo etcétera de factores integrados en el movimiento de mi máquina. Objetivo: seguir en la manada sin ninguna irregularidad, sin desprenderme del recorrido, adscrito a la sinuosidad de la serpiente dibujada por el grupo completo.
Llegamos a Bagnères de Bigorre y despierto de la hipnosis. Dejo el chaleco y los manguitos en la furgoneta. Me enfrento ahora a tercera dificultad. Hoy, cada puerto tiene menor kilometraje que el anterior, pero también son cada vez más irregulares e imprevisibles. Siete kilómetros de escalada variable con respecto a las pendientes. Las variaciones de valor irán saltando entre el 1'5% y el 9% sin ningún orden ni progresión, así que nos lo tomamos como una incógnita. Saoucède es un col desconocido. Por aquí no pasa el Tour, así que no tenemos catalogación deportiva previa ni valoración a nivel competitivo. Sólo datos topográficos. La organización nos avisa de que no podemos relajarnos y tomarnos la subida a broma. Habrá pendientes duras combinadas con otras suaves. Además, el calor aprieta hoy de forma destacable. Nada de esfuerzos innecesarios y hacia arriba sin prisa. Yo me lo tomo con filosofía, no tengo otra opción. La acumulación de desniveles y de distancias va taladrando su particular daño en el organismo a medida que pasa el día. Al inicio de la jornada, en el Col de Peyresurde, he forzado mucho la máquina, por lo que me conviene ir a ritmo de cháchara y subir sin prisa.
Con esta relajación forzada por las circunstancias del perfil, el calor y las horas de bicicleta, comienzo el puerto al ralentí. Dos kilómetros casi planos preceden el tercero, el 8'5%. Llega, entonces, la hora de combinar el estilo de escalada plantado con sentado, además de buscar la manera de evitar romperse antes de tiempo. Estos puertos de carácter imprevisible son, a veces, el mejor campo de cultivo para los temidos desfallecimientos; momentos agónicos donde el ciclista pierde la perspectiva de la realidad debido a una bajada repentina de nutrientes y de oxigenación en la sangre. Suele ocurrir en los lugares más insospechados, precisamente cuando quitamos importancia al recorrido y no planificamos el esfuerzo. La mente humana se acomoda y abandona el estado la alerta cuando no prevé el peligro, imprimiendo esfuerzos superiores a los que corresponden. No quiero caer en ese error, donde me he visto atrapado tantas veces años atrás, de modo que no dejo de analizar el recorrido que estoy haciendo y de estudiar las señales que me da mi cuerpo. Con esta actitud subimos lo que queda hasta llegar a una pequeña población, poco antes del punto más elevado.
Posiblemente sea hoy el día de más calor, por lo que cuando vemos una fuente justo en medio de la plaza de la villa, no dudamos en lanzarnos para refrescar nuestros cuerpos castigados. Paco, el agradable conversador barcelonés del club ciclista de Cerdanyola, es uno de tantos que bebe de esta agua procedente de las montañas pirenaicas y que nos aportan la hidratación necesaria para afrontar las horas centrales del día. Son ya las dos de la tarde y el sol se encuentra en el cenit. Buscamos la sombra en estos minutos de esparcimiento y nos quitamos el casco para refrigerar mejor la cabeza. Precisamente la cabeza, donde cualquier variación de temperatura puede condicionar el estado de salud del deportista; el lugar más delicado de nuestro cuerpo en situaciones de calor; la parte que más debemos cuidar, dada la sensibilidad del cerebro en cuanto a la temperatura y cómo, un desequilibrio en este sentido, puede desencadenar un trastorno físico irreversible y en plena marcha. Deshidratación, desmineralización, desfallecimiento, colapso de glucosa, desalcalinización, bajada de sodio, pérdida de yodo... El tío del mazo .
Afortunadamente, no nos ha hecho la visita este temido visitante. Continuamos la marcha para terminar el puerto y hacemos una corta bajada hasta el pie del último, el de Germs . Algo no funciona: el inicio de la ascensión está deshecho. Biktor nos encomienda a subir en fila india. Los primeros cien metros son de tierra. ¿Ciclo-cross? Parece que se trata de eso. Nos encontramos atrapados en otra trampa. Si rehuimos esta subida, tendremos que volver atrás sobre nuestros pasos hacer más de 40 kilómetros hasta encontrar la carretera que conduce a Lourdes. Nos esperan dos kilómetros, el primero al 8% y el segundo al 12%, pero según nos dicen nos enfrentaremos a rampas cercanas al 20%, especialmente al final. No se trata sólo de superar este primer centenar de metros de tierra en turnos y en fila india, sino que después no hay asfalto, sino gravilla. ¡Una trampa en toda regla! Habrá que tirar de potencia y mucha técnica, poner el piñón grande y mantenerse sentado. Si me levanto en algún momento, la rueda trasera patinará y previsiblemente vaya al suelo. Así pues, no exento de nervios y adrenalina, me enfilo entre los primeros. Después de dar 30 segundos a quien me precede, y así concedernos una distancia de seguridad que evite colisiones, comienzo a pedalear. Tengo serias dificultades para ajustar la cala del pie izquierdo y me meto en el tramo de tierra sin haber ajustado la bota. Empeñado en ajustarla, pierdo la atención y me veo desequilibrado. Además, no consigo mantener un pedaleo redondo. A final lo consigo, tras verme casi en el suelo. Me temía lo peor hace un segundo y ahora, finalmente, avanzo concentrado hacia arriba. Tiro de potencia y sigo con fuerza para superar lo que visualmente parece la primera rampa dura. Después, la pendiente suaviza, por lo que podré reponerme del sobreesfuerzo inicial. Así es. Ya tranquilo. El tramo terregoso ha marcado un 15% y demandaba potencia y concentración. He tirado de bagaje BTT, heredado de la época donde subía la Cava de Montcabrer y el Menejador con la bicicleta de montaña. Ahora, soy un carretero, pero no olvido mis orígenes. Hace casi veinte años me introduje en el mundo del ciclismo gracias a una bicicleta barata, un hierro que me dio la oportunidad de enamorarme de esta práctica deportiva, acompañado de maravillosos parajes naturales, como el Parque Natural de la Font Roja de Alcoi, Els Plans, l'Aitana o la Serra de Mariola. He cambiado la bicicleta de montaña por la bicicleta de carretera; he cambiado las sierras penibéticas del Migjorn valenciano por los Pirineos franceses; he cambiado los recorridos locales en mi querida comarca por la exploración de nuevos lugares más al norte. Y ya no soy el mismo; la metamorfosis me ha reconfigurado; hago ahora lo que nunca hubiera podido imaginar cuando, años atrás, recorría plácidamente Les Llacunes en las faldas del Carrascar cada mañana del sábado y el nivel de esfuerzo era tan ligero, casi nimio. Años atrás, cuando descubría nuevos parajes cercanos a mi casa y me sorprendía cada salida con un nuevo rincón escondido, con alguna fuente en una umbría, con los aromas a hierbas aromáticas, que flanqueaban mi recorrido y completaban la visión de los bosques de encinas y pino mediterráneo. Ahora, en cambio, los descubrimientos llegan más allá, en un afán incontrolable por conocer, por experimentar, para recorrer el mundo... y mi interior.
Y en esta exploración me encuentro, embebido en una subida técnica y dura. Después del primer kilómetro, donde la única dificultad destacable ha sido el tramo de tierra, me veo inmerso en la empinada cuesta con gravilla que tendré que superar hasta el fin del puerto. 500 metros escasos que marcan el 20% de pendiente y donde no puedo relajar la posición ni levantar el culo. No puedo, tampoco, abandonar una cadencia alta de pedaleo, dado que caeré irremediablemente si bajo la velocidad angular que dibujan mis pies sobre las bielas. Estoy atrapado sin remedio. La tensión muscular es máxima y noto que mi organismo vuelve el umbral anaeróbico. ¡Alarma! Ahora viene una curva a izquierda donde la pendiente subirá todavía un poco más y no sé si podré superarlo. Si derrapo, caeré al suelo. Además, si caigo, seré incapaz de volver a poner encima de la bicicleta, dada la fuerte pendiente y la mala fijación de los neumáticos sobre el suelo. Estoy al límite, lo sé. Pero lo tengo que pasar como sea. Tengo que sacar las fuerzas del lugar más recóndito. Tensión máxima, nervios a tope, aliento acelerado. ¡Pura anaerobia! Soportar este tipo de esfuerzo se me está haciendo duro y no parece llegar el final del tramo. Una trampa, sí, a todas luces. Me pasan algunos colegas que muestran más dominio de la situación y que no veo tan al límite. No saludo. No puedo distraerme en levantar la mirada, ni en hablarles. Vamos, Natxo, cada giro de biela es un poco menos para el final. Al fin, suaviza la pendiente y termina el puerto. He visto la derrota cerca, en serio. He estado a punto de caer. De haber pasado, me hubiera hecho daño, sí, pero sobre todo en el alma, vencido por mi incapacidad, por mis límites, dolido en el orgullo. He visualizado por algún instante esa posibilidad y creo que he superado la situación más bien una cuestión de voluntad y amor propio, no de condición física real. Se abre ahora un paisaje con campos de cultivo y de pasto. Esperamos para continuar todos juntos hasta Lourdes. Reunidos todos, el jefe de expedición nos pregunta con sorna si nos hemos recordado de su madre. Reímos todos y algunos comentan cómo le gustan las sorpresas de este tipo. Siempre tiene alguna guardada.
El recorrido que queda es ya todo de bajada. Inicialmente recorremos caminos de huerta asfaltados y estrechos. Las pendientes son fuertes. Pronto, sin embargo, vamos a salir a la carretera convencional para recorrer una docena de kilómetros hasta la localidad de destino. Este último tramo es poco interesante a nivel ciclista, teniendo en cuenta el volumen de tráfico que se aproxima a la ciudad. Paciencia y prudencia. Llegamos al parking del hotel. Excepcionalmente, tenemos avituallamiento a la llegada. El hambre es bárbara. Nos atiborramos como cerdos hambrientos sin medida. Es una comida desesperada, incontrolada. Tras habernos saciados, limpiamos las bicicletas del alquitrán y la tierra que se han incrustado en el cuadro y la cadena. Posteriormente, reventados por completo, emprendemos el camino a la habitación... y la necesaria ducha.
De la estancia en Lourdes, destacar la aproximación que hicimos Antonio y yo a la catedral de la virgen del mismo nombre. Un hecho curioso fue que cuanto más cerca estábamos, más se aproximaba una fuerte tormenta. Parecía rugir nuestro señor por la presencia de un ateo y un agnóstico. Partió e hizo caer ruidosamente una gruesa rama de árbol a nuestro lado, el viento soplaba cada vez con más fuerza y el granizo nos acabó por echar, expulsados ​​del templo cristiano, acobardados por su poder.


8 DE AGOSTO. SEXTA ETAPA: Oloron - Urzainki


Cerramos el círculo. Hoy volvemos a casa. Nos dirigimos al pueblo roncalés de Urzainki, punto de partida y meta de la Pirenaica. Para llegar, un autobús nos ha de conducir a la población de Oloron a primera hora de la mañana. Desde allí, tenemos que enfrentarnos a una etapa relativamente corta. 85km desde esta población, para escalar Col de la Pierre St. Martin. Una vez más, la previsión meteorológica indica chubascos en las horas centrales del día, por lo que hay que darse prisa. Aparte de madrugar para ganar tiempo, el bus nos llevará más allá de Oloron, y así dejarnos más cerca del puerto. Ahora, el objetivo pasa a ser Arette, localidad francesa a pie de puerto. Así se tratará sólo de escalar La Piedra directamente desde esta población y finalizar después con el descenso a Urzainki.
Se me hace pobre la perspectiva de hacer sólo un puerto, sin transición previa ni ninguna otra dificultad. Mentalmente tengo ya la sensación de que esto ya se ha acabado. He vivido estos días acribillando mi alma con una serie constante de emociones y sensaciones. Y ahora, de repente, no queda casi nada para que finalice el periplo ciclista. Una experiencia vital intensa, llena de amor y de fascinación. Soy ahora como un adolescente enamorado perdidamente, quien sabe que tiene que dejar a su amada, a pesar de sus deseos para dedicarle la vida entera. Un amor de verano. Fugaz, a la vez que intenso. Son estos los pensamientos que me abruman en el asiento del autobús, mientras Antonio duerme a mi derecha. Llegamos ahora a un aparcamiento cercano a la salida de Arette, bajamos las bicicletas del camión y nos preparamos. Comer, beber y lamentarse en silencio. No tengo hambre. Me alimento como un autómata. Hace poco que hemos desayunado y no hemos hecho ningún esfuerzo, así que el cuerpo no siente la necesidad. Además, mi estado de ánimo está bajo, invadido por la tristeza.
Preparo la bicicleta mientras observo este muro con fotografías de ciclistas. La historia del Tour es un emblema para las poblaciones cercanas a los Pirineos y los Alpes. Esta es una muestra, ciertamente. Grandes corredores de la zona que dan sentido e identidad a un pueblo. Respiro, por última vez, el ambiente ciclista francés y me quedo con la frase del cartel: Arette aime le Tour. Amor es la palabra que mejor define la afición incondicional por el ciclismo que muestran los galos.
Nos ponemos en marcha y empezamos la subida, que inicialmente será muy suave. Primeros kilómetros con poca pendiente que preparan las piernas para la evidente dureza del puerto. Nos encontramos delante de una piedra, literalmente. No sólo por las características geológicas de tipo cárstico que presenta Piedra San Martín en su parte más elevada, sino también por la mole gigantesca que tendremos que superar. Ninguna envidia le puede tener esta elevación a Cols de gran reputación, como el Tourmalet o el Hautacam . 26km de ascensión y 1440m de desnivel. El coeficiente de dureza suma un valor de 327, a medio camino entre los dos puertos mencionados previamente. Un reto descomunal. La única ventaja de hoy es que será la única elevación que haremos. Antes de arrancar con la Pirenaica, pensaba hacer una cronoescalada en este puerto, pero la disposición mental no es apta para ese esfuerzo. La condición física está en la situación idónea para hacerlo y creo que sería una buena manera de rematar la faena, pero tal y como os he revelado no me apetece. Esta última subida la haré de forma contemplativa, saboreando cada metro, cada golpe de pedal, cada bocanada de aire, cada visión, cada charla, cada compañía, cada emoción... Quiero hacer infinita esta escalada, ralentizando el tiempo, ensanchando el espacio. He vivido todo tipo de experiencias durante la marcha cicloturista de estos días; momentos de máximo esfuerzo y dureza y otros más tranquilos y pausados. Este poco tiempo que queda, haré que sea el más disfrutado, en el sentido más improductivo para el ciclista, pero el más cautivador para el viajero. Así lo hago, charlando distendidamente con los componentes de la cola del grupo, dejando ir a quien tenga prisa o deseo competitivo, contemplando el paisaje norte de la Piedra. Vacas dormidas e inmutables ante mi presencia me acompañan en los kilómetros centrales, donde ya me he quedado solo. Veo que el puerto es muy duro, pero con la baja cadencia y el ínfimo esfuerzo cardiovascular que estoy haciendo, disfruto incluso de los tramos que superan el 10%. Me encuentro en el recorrido entre el kilómetro 10 y el 18. Sin duda, si me hubiera tomado a pecho estas curvas cerradas, habría sufrido de lo lindo. En cambio, me dedico a subir cuánto más lento mejor. Aromas, paisajes, elevación, sensaciones, pensamientos... supero el tramo central y bajan las pendientes. Será así hasta el kilómetro 22, donde se halla una corta bajada, previa a la llegada a la estación de esquí. Vienen ahora los últimos cuatro kilómetros; lo sé porque el GPS no engaña; el kilometraje total coincide exactamente con el perfil del puerto, así que sólo me quedan 4000 metros de escalada y ya se ha terminado.
Veo a Cristina, que ha hecho un montón de fotografías esta semana. Me enfoca, me fotografía. Yo bese el jersey mientras miro el objetivo. Quiero que quede constancia de la admiración que tengo por este periplo pirenaico. No quiero que se olviden de que hay un valenciano enamorado de la cordillera pirenaica, que ha conquistado cada cumbre, cada ápice, cada vértice; alguien que ha llevado el nombre de las comarcas del sur valenciano a lo más alto de cada cresta, que ha ondeado la bandera montañesa en cada aguja subyugada. Subiré los últimos 4 kilómetros en éxtasis, lleno de admiración por esta descomunal peña cárstica; recorro este entorno conocedor de que abajo circulan innumerables ríos y cavernas en compleja relación, como lo es el organismo vivo donde vivo atrapado. Vuelve a endurecerse la carretera. Tengo bien memorizado el perfil; serán tres kilómetros con fuertes pendientes y un último tramo suave, para redondear la ascensión. La carretera se estrecha a la vez que el paisaje se convierte en plenamente rocoso. La piedra gris me rodea al final del puerto y da a este paisaje un aspecto único, visualmente atractivo y poderoso. Con razón lo llaman la Piedra. Un final, además, muy irregular, que rompe el ritmo al que quiera mantener un pedaleo constante. Muy duro, claramente. Tomado como una excursión, no he sufrido las adversidades intrínsecas de un puerto de estas características, aunque tengo muy claro que quien se lo haya tomado a pecho, habrá sufrido las mordeduras de esta bestia que defiende la frontera entre Navarra y Francia. Una montaña gigante que tiene todo mi respeto, como ciclista y como viajero.
Arriba el viento arrecia, pero no puedo dejar de hacer de turista por un minuto y hacerme la foto en el rótulo que indica el punto más alto de la carretera (1802 metros de altitud). Empiezo a sentir frío y me pongo el impermeable. El viento sopla fuerte, así que la bajada me la tendré que tomar con calma y precaución. También la cara sur que me conduce al Valle de Roncal queda exenta de mi ataque. Hoy no he escalado ni descendido de forma agresiva, sólo he acariciado esta elevación, con aprecio, con afecto, cuidado y respeto. Poco antes de llegar a Urzainki, disfrutamos de una comida campestre, aderezada por la organización de la Pirenaica y con la colaboración de familia y amigos de Biktor. Ambiente familiar, de grupo de amigos cercanos, en este relajante tiempo de recreo. Casi no quedan conversaciones sobre las características de este puerto para cuando llego yo, bastante tarde y muy avanzado el almuerzo, pero todavía hay quien me comenta cuán dura ha sido la subida y las rampas rompepiernas de este puerto, temido por la mayoría de aficionados al ciclismo, desde cualquiera de sus 5 posibles vertientes. Me relajo con las conversaciones y las bromas. Río con los chistes, pero estoy lleno de melancolía por dentro.
Termina aquí un viaje de lo más completo para cualquier persona (sobre todo persona) que practique el ciclismo. Una experiencia vital de aquellas que aconsejo a todos; a todo el que sea suficientemente valiente y osado como para buscar la felicidad y asumir los riesgos y compromisos que ello implica.
¡Amigos, os deseo de todo corazón mucha salud, fuerza y nobleza!